“Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra.” (Salmo 129,5)
A medida que vamos sumando años a nuestra existencia… menos creemos en las promesas de los políticos. Hemos padecido tantas campañas electorales que la desilusión ronda en nuestros corazones.
Es que los humanos prometen más de lo que pueden cumplir. Y luego la realidad los tira al piso y los muestra tal cual son: seres limitados y falibles como el resto de la humanidad.
Esto nos va dejando una lección: sólo puede cumplir todas sus promesas quien tiene un poder infinito para realizarlas. Sólo va a cumplir sus promesas quien tiene un gran amor misericordioso para jugarse por la palabra empeñada.
Y esto no es posible para los simples y mortales humanos… por más poder o dinero que tengan.
Él único Ser que reúne estos requisitos es Dios.
La maravilla grande es que se abajó a nosotros. Que nos dio palabras de promesa para que alcancemos la felicidad plena… y que no se arrepiente de lo que ha prometido sino que está dispuesto a cumplirlo con cada ser humano.
El verdadero creyente siempre confía en su Palabra y la practíca. Y vos… ¿te animás?
Una reflexión del texto: Salmo 129,5
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