“¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados!”
Vivimos en un mundo híperconectado. A causa de esto muchas voces resuenan diariamente alrededor nuestro. Se han multiplicado los “maestros” que nos enseñan a vivir.
Nuestro guasap, sin ir más lejos, está lleno de mensajes de todo tipo. Los vemos, los leemos, los borramos. A algunos le prestamos el asentimiento de la mente… sobre todo a los que nos emocionaron con una imagen o una palabra. Y, muchas veces, no nos damos cuenta de la maldad que encierran.
El católico no puede vivir encerrado en una burbuja. Tiene que vivir relacionado con sus semejantes. Esto nos expone a las doctrinas llamativas y extrañas propias de este mundo.
Por esto debemos aprender a discernir entre lo bueno y lo malo. Sabemos que lo bueno es la Revelación del Dios vivo y queremos dejarnos enseñar por Él.
Pero para que esto sea en verdad realidad cotidiana, debemos meditar asiduamente su palabra. Con un corazón abierto, con la mente de discípulo. Sólo así desecharemos el consejo de los malvados y viviremos en plenitud el camino de la felicidad divina. ¿Te animás?
Una reflexión del texto: Salmo 1,1
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