“¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas!”

Esta es la oración hecha poesía de un pecador arrepentido: el rey David. Cometió adulterio, embarazó a una mujer casada y eliminó al hombre bueno al que había convertido en cornudo.

Pero cuando cae en la cuenta… no busca excusas. Su pecado le oprime el corazón y se da cuenta que la negrura de la maldad ha invadido su vida.

David recurre a Dios para pedirle perdón. Porque todo pecado contra el prójimo es, en definitiva, pecado contra el Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza.

En la oración de David hay una confianza propia del creyente que ha tenido una experiencia del Dios Vivo. Sabe que es justo, pero también que es misericordioso con el que se arrepiente y vuelve.

Así David se acerca suplicando que la bondad divina se llene de compasión con su miseria pecadora.

En cuaresma los viernes tienen un tinte marcadamente penitencial. No para ser masoquistas. No. Los católicos no somos enfermos.

Es para tomar conciencia de nuestros grandes o pequeños pecados y volver a Dios. Es para redescubrir su bondad manifestada en la cruz de su Hijo y buscar su perdón.

Confesión de los propios pecados, penitencia, reconciliación… todo un camino sacramental para crecer como hijos de Dios. ¿Te animás?

Una reflexión del texto: Salmo 51,3

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