Cuando uno habla de estos temas no es que lo haga desde la sociología o la economía. Para eso uno debería ser experto en la materia, algo que estamos lejos de ser. Tampoco lo hacemos desde una óptica estrictamente teológica. El hablar sobre un tema como este viene de nuestra preocupación de ciudadanos. Ciudadano que vive el día a día, pero que también se preocupa por el mañana desde una mirada prospectiva.
Durante la semana nos ha llegado una noticia que, prácticamente, ha pasado desapercibida. Sucedió en España. Allí el jefe del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el mismo día en que se difundieron los datos de natalidad anunció que se le pagará 2500 euros por nacimiento de un hijo a cada familia que resida legalmente en ese país. Para tener un punto de referencia, hasta ese momento el aporte por hijo nacido era de 100 euros. ¿Por qué ocurre esto? El mismo Zapatero lo dijo: “España, para seguir progresando, necesita más familias y con más hijos. Y las familias necesitan más apoyo para tener esos niños y más recursos para criarlos”.
El problema de España, y de varios países de Europa, es la baja tasa de natalidad que posee. En ese caso concreto es de 1,37. Para tener otro punto de referencia, recordemos que la tasa normal sería la de 2,1. Tantos números, ¿qué significan? Sencillamente que están naciendo menos niños, estos no alcanzan para el recambio poblacional y, sumado a la prolongación de la expectativa de vida, esto generará con el correr del tiempo, graves problemas sociales y económicos. Sumémosle a esto la falta de una política de consolidación familiar y la promoción de “parejas alternativas” que no pueden engendrar descendencia naturalmente…
Y a nosotros, argentinos… ¿qué? Simplemente que vamos detrás de los pasos de Europa. El índice de nacimientos está paulatinamente en baja. En el 2006 era de 1,6 y sigue descendiendo. A diferencia de España, parece que todavía no nos hemos dado cuenta oficialmente del peligro que esto entraña. Cuando uno escucha hablar de determinadas políticas de educación sexual sumada a la distribución masiva de anticonceptivos y los numerosos proyectos para legalizar el aborto… cuando uno junta todas estas cosas en la cabeza, se pregunta: ¿hacia dónde marchamos? ¿son conscientes nuestros gobernantes y toda la clase política del destino que nos depara la aplicación de tal “política de estado”?
Sería bueno que cada familia, más allá de las políticas de estado, pueda meditar sobre este tema y su responsabilidad social. Como un subsidio sería bueno recordar las palabras que hace casi cuarenta años Pablo VI dijera en su carta “Humanae Vitae” sobre la paternidad responsable
“El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de “paternidad responsable” sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.
En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana.
En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.
En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada, y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.
La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.” (HV 10)
Todo un tema para dialogar en pareja.

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