"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente." (Salmo 41,3)
El mundo que nos rodea nos ofrece muchas cosas. Es la nuestra una sociedad basada en el consumo: así funciona la economía… la vida cotidiana. Si se detiene el consumo la crisis sacude de inmediato a nuestro pueblo.
Esto no está mal, si estamos convencidos que somos mucho más que simple consumidores. Y si no nos damos cuenta… terminamos abarrotándonos de cosas pero con el corazón vacío… marchita la existencia.
Porque el ser humano tiene en su interior que desea a lo grande… y lo pequeño que consumismos nos deja con más sed. Una sed insaciable. Una sed de infinito. Una sed de la plenitud que sólo Dios puede dar.
Fuimos creados a su imagen y semejanza y gemimos por estar en comunión total con el Creador.
Cuando no nos damos cuenta de esto… entonces buscamos las cosas de este mundo para llenar nuestro vacío… y a la larga ¡vacíos quedamos!
En esta cuaresma aprendé a descubrir la verdadera causa de la sed de tu corazón. Y llenala con lo único que te puede calmar esta sed: la Palabra de Dios. ¿Te animás?
Una reflexión del texto: Salmo 41,3
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