Durante estas semanas nos han llegado imágenes desgarradoras sobre lo que sucede en el Medio Oriente. La guerra, aún la no declarada pero efectiva en el uso de armamento de destrucción masiva, la guerra no sólo destruye edificios y economías. El saldo más lamentable es la mutilación o la aniquilación de seres humanos. Se nos desgarra mucho más el corazón cuando vemos a niños llevados en andas por sus familiares en un desesperado intento de salvar aquello que un misil o una bomba tomaron como botín: la vida. Se nos desgarra aún más el corazón al imaginar el odio que se acumula cada vez más en esa gente, de uno y otro bando. Siglos, milenios de enfrentamientos que prometen no terminar, sino reverdecer con la nueva generación, la que se salva de las bombas que caen desde el aire pero que les estalla en el alma.
Nuestro pensamiento se eleva para agradecer a Dios el vivir lejos de allí. Aquí estamos en una tierra que está “llena de paz”: sin odios raciales, religiosos, étnicos, culturales, sociales… Pero… cuando nos detenemos a pensar lo que pensamos caemos en la cuenta que la cosa no es tan así. Mucha violencia contenida hay entre nosotros, violencia que tiene como síntoma claro la inseguridad de nuestras calles.
También hay otra violencia se impone lentamente en nuestra cultura. Es la violencia de tirar una bomba para destruir una vida inocente. Pero esa bomba no se tira al vecino o al enemigo. La tira la madre al hijo que lleva en su vientre. Tal vez empujada por muchas fuerzas sociales y culturales que la presionan. Pero es en definitiva esa mujer concreta que decide aniquilar la vida que lleva en su seno. El nombre que se le puso a esta monstruosidad es: aborto.
Durante estas semanas, como para ir ablandando nuestro espíritu desde una estrategia legal y mediática cuidadosamente pensada, se nos presentó la tragicomedia de la joven discapacitada, violada por un familiar y embarazada por ese acto de violencia que sufrió. No tenemos que entrar en detalles que ya conocemos de sobra, sólo recordemos los hechos más importantes. La madre de la joven, es decir la abuela del bebé nonato, pidió el aborto amparada en una ley. En el hospital consultan a la justicia, esperando que esta avale todo. La primera resolución es un traspié para la mentalidad jurídica abortista. Una jueza, basada en la incorporación del Pacto de San José de Costa Rica a nuestra Constitución Nacional en la última reforma que se hiciera, emite su juicio de desaprobación de pedido. Este es revocado por le Suprema Corte de Justicia, en fallo dividido. Cuando la autorización llega al hospital, el comité de bioética de la institución determina que no se puede asesinar al niño en el vientre de su madre porque este tiene ya más de veinte semanas de vida… solamente por eso. En el medio de todo este barullo, muchas voces se alzaron. Tal vez la más meritoria es la de un rector de una Universidad, que no solamente fundamentó legalmente el conservar la vida del bebé, sino que además se ofreció a adoptarlo una vez que nazca.
Dijimos que esto era una tragicomedia. Lo trágico es jugar con la vida hasta el punto de sesgarla en el seno donde se engendra y desarrolla. Pero esta tragedia se vistió de muchos ribetes con visos de comedia. Es comedia que a una jueza se le quiera hacer juicio político por dejarse llevar por sus convicciones “religiosas” cuando lo único que hizo fue decir que la Constitución Nacional está por encima de las leyes del poder legislativo. Es una comedia que una decisión judicial de aborto se detenga porque pasaron más de 20 semanas de gestada la criatura, como que hubiera diferencia entre tener diecinueve o veintiún semanas de vida en el seno. Pero lo más cómico de todo es la marcha de treinta mujeres, si, escucho bien, solamente treinta mujeres, que insultaron y pintaron la Universidad. Al grito de “quiten sus rosarios de nuestros ovarios” estas mujercitas, que dicen representar a millones de excluidas, quisieron abochornar a uno de los pocos que tuvieron un gesto humano en esta tragedia: la de adoptar a la criatura una vez que nazca. Por este “delito” ese hombre tuvo que soportar el escrache de estas mujeres “enloquecidas” por el dolor ajeno.
Lo más triste de todo es que se dice que el bebé fue el fruto de la violación de un familiar a la joven. Pero recién esta semana se supo de la investigación que se está llevando a cabo para detener al criminal. Igualito que en Medio Oriente: mientras los niños mueren y las madres se desgarran de dolor, los que cometen el crimen están tranquilos en sus casas, los medios de comunicación siguen haciendo su negocio, los políticos aprovechan para llevar agua para sus molinos y quienes tienen intereses económicos se soban las manos pensando en el rédito que les dejará toda esta destrucción, “no querida, pero realizada”…

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One Comment

  1. Anónimo dijo...
    Cada vez que veo las noticias en la televisión o leo los periódicos sobre las atrocidades que cometemos los seres humanos en nombre de la paz, la libertad, el bienestar individual me pregunto ¿qué haría Jesús si hoy volviera de nuevo a nuestro mundo? Cuanto dolor le causaríamos, sin duda como su amor y misericordia son infinitos nos volvería a perdonar y daría su vida otra vez por nuestros pecados. No sigamos crucificándolo cada segundo de nuestra existencia demostremos que algo hemos aprendido, que no fue en vano tanto dolor. POR FAVOR TENGAMOS MAS AMOR ENTRE TODOS. ¿CÓMO PODEMOS DECIR QUE AMAMOS A JESÚS SINO NO NOS IMPORTA NUESTRO PRÓJIMO?

    9:12 AM