En la antigua Grecia, cuna de nuestra cultura actual, existieron los sofistas. Estos eran, por una parte, maestros ambulantes que desparramaban el saber entre el pueblo que les podía pagar. Pero por otro lado, la faceta que más los definió y quedó en la historia, se dedicaban a enseñar el arte de enredar los razonamientos de tal manera que no se distinguiera el error de la verdad. Se transformaron así en los maestros de la clase dirigente de la democracia griega. Sus alumnos eran expertos en el arte de decir muchas palabras sin decir nada o dar vuelta la realidad para que triunfen así sus argumentos vanos.
Sofistas hubo, hay y habrá. El problema es que, muchas veces, estamos tan dormidos frente a los argumentos que se nos presentan desde los medios de comunicación, que nos dejamos embaucar por no saber distinguir entre palabras bien pensadas y realidad concreta.
Hemos asistido a la condena a 14 años de prisión de la joven Romina Tejerina por matar a puñaladas a su bebé recién parido.
Ella dice que fue el producto de una violación. El dice que hubo un acto plenamente consentido por ella. La fiscal dice que cuando se dio esa relación ella ya estaba embarazada… Lo que nadie dice es que, de una o de otra manera, hubo solamente sexo. Es decir, un encuentro de satisfacción de instintos genitales. No existió ni una migaja de la ternura de dos personas que, en el marco del respeto y la responsabilidad, desean expresar su deseo de unión en el amor que transforma sus vidas y se hace fecundo frente a la sociedad.
Junto a esto, todos nos escandalizamos, con justa razón, por la actitud asesina de una mujer que mata a puñaladas a su hija recién parida. ¿Nos escandalizaríamos de la misma manera si se hubiera aplicado una inyección salina o un medico hubiera introducido en su seno una aspiradora para sacar los restos destrozados por una cirujana tijera? En otra palabra más sencilla y directa: ¿nos escandalizaríamos si hubiera abortado? Porque es nula la diferencia entre el asesinato a puñaladas de un hijo recién parido y el aborto en el seno de una mujer. ¿O acaso tiene menos derechos a la vida la niña recién nacida que el bebé que se está preparando para nacer en el seno de su madre? Esto último parece demasiado evidente, pero es lo contrario de lo que se nos presenta como un derecho de la mujer a su cuerpo desde las campañas para la promulgación de leyes que permitan el aborto.
Como podemos ver, los sofistas tienen también hoy sus poderosos seguidores. Y, lo peor de todo, es que muchas veces, sin darnos cuenta, caemos en sus redes.