Uno sabe que eso existe, aunque no tiene datos precisos. Cuando un/a menor desaparecen... o es para caer en el mercado de la trata de personas o en el de órganos. Por lo menos eso dice nuestro imaginario popular: con certezas para lo primero, con el corazón oprimido por la posibilidad de lo segundo.

Cuando los medios nos traen la noticia de que alguien oferta un riñón (u otro órgano) nos indignamos. Todavía. Gracias a Dios. Intuimos que allí está siendo cercenada una parte muy importante de los derechos humanos. Por eso el estupor nos gana como primera reacción. Aunque eso ya no pase en todos los países. Me impresionó una noticia firmada por Giulia Galeotti en la edición online en español de L'Osservatore Romano. El título ya era de por sí muy provocativo: "Sociedades caníbales". Es una opinión que parte de un hecho cultural concreto que ya está ocurriendo en los Estados Unidos. La primera punta del iceberg fue en el año 2006 cuando un premio nobel de economía (Gary Becker) pedía la "apertura del mercado legal para la venta de órganos humanos". Esto fundamentado en el creciente "turismo de trasplantes" y en la aceptación de esa práctica como un comportamiento socialmente aceptado". En estos días se desató nuevamente la cuestión cuando Jessica Pauline Ogilvie, en las páginas de «Los Angeles Times», planteó la legalización del mercado de riñones con este argumento: si fuera legal venderlos y comprarlos, muchas personas pobres tendrían de qué vivir y muchos enfermos resolverían sus problemas. Frente a esto, la opinión de Giulia:

"... Un mercado de este tipo beneficiaría solo a los ricos; que excluyendo la donación se llegaría a determinar una forma de esclavitud moderna; que es una mentira jurídica hablar de consenso pleno y libre frente a la desesperación que te induce a vender una parte de ti mismo; que una donación comercial legalizada tendría un impacto negativo sobre la donación voluntaria de órganos de cadáveres, que representa en cambio la fuente principal de recursos en muchos países. También Giuseppe Remuzzi, médico italiano especialista en trasplantes, aun reconociendo la desesperación de muchos, ha escrito en el «Corriere della Sera»: «No podemos aceptar que haya compraventa de órganos, ni siquiera regulada por la ley».

Compartiendo plenamente la oposición a este tipo de comercio, el problema moral no es tanto el del vendedor. En la historia humana, las personas desesperadas han llevado a cabo una triste gama de gestos desesperados para salvarse a sí mismas y a sus seres queridos. Si la ciencia médica permite hoy superar las fronteras de lo imaginable, la razón de fondo es la misma: la desesperación loca impulsada por la pobreza. Y sociedades que «legitiman» esta desesperación son sociedades incapaces de defender a sus ciudadanos.

Ahora bien, el problema más grave es imputable al comprador. Más allá de cualquier otra consideración, de hecho el núcleo de la cuestión reside aquí: ¿estamos realmente dispuestos a aceptar que una persona compre la salud, o que se salve la vida, comprando piezas de recambio del cuerpo de otro?

La sospecha de que sociedades abiertas a este mercado sean, de hecho, sociedades caníbales es dramática y real."

Comparto totalmente esta postura. Creo que este tipo de actividades legalizadas, más allá de la cuestión económica, tiene un trasfondo deshumanizante. En definitiva no somos consideradas más que cosas a intercambiar en una sociedad dónde el mercado es lo único absoluto. Más allá de las cuestiones filosóficas en sí, no debemos olvidar que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, únicos e irrepetibles. Y, por eso, nadie es descartable: cada uno de nosotros es un don genuino, un regalo de Dios para la comunidad.

 

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2 Comments

  1. Tremendo que se quiera legalizar esta cuestión. En vez de trabajar en la concientización sobre la importancia de donar órganos caemos en el mercantilismo de querer venderlos. Esta fundamentación: "si fuera legal venderlos y comprarlos, muchas personas pobres tendrían de qué vivir y muchos enfermos resolverían sus problemas" es un atentado a la humanidad.