Como me lo solicitaron expresamente, les subo a la web los apuntes del curso de verano que hemos realizado con los catequistas en la Parroquia Virgen de la Medalla Milagrosa. La primera parte ya la había subido en dos entradas anteriores. Al final está el trabajo práctico que harán durante esta semana, de manera grupal. Al final, el martes 1 de marzo, charlaremos sobre la pastoral urbana. Eso se los debo para más adelante. Espero que le pueda servir de provecho a alguien.

Discípulos y misioneros, a la luz de Aparecida

La vocación de los discípulos misioneros a la santidad (DA 129/153)

Es interesante como el Documento de Aparecida nos llevó de la mano para redescubrirnos discípulos de Jesucristo. De encontrarnos con él, que nos eligió de antemano, a escucharlo como maestro. Un maestro que nos considera amigos porque nos enseña todo lo que ha oído del Padre. Pero, en el colmo de la gratuidad, nos regala la vida divina y nos transforma en sus hermanos. Y, porque somos hermanos de Jesús, somos hermanos en Jesús.

El discípulo fue llamado para estar con el y enviado a ser su testigo. Rescato estos puntos del documento, como una síntesis preciosa de lo que compartimos:

“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8). (145)

Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana. (146)

Reconocer a Jesús como EL camino, LA verdad y LA vida no nace de un imperativo moral o de unas ideas doctrinales. Nace de descubrir en su cruz el gran amor con que El nos ha amado. Sólo quién tiene la experiencia de ese gran amor puede ser en verdad discípulo misionero.

Una espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo (DA 240/275)

El discípulo misionero se plenifica si parte de una experiencia fundamental de encuentro con el Señor. La auténtica experiencia de encuentro con Jesucristo tiene el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. Es la experiencia que tan bien resume San Pablo en la carta a los Gálatas:

“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo” ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.” (4,4-7)

Así lo comenta Aparecida (243):

“El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 12) . Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús (cf. Jn. 1, 35-39)”.

Y el texto evangélico que manda meditar es este: “Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”. Ellos le respondieron: “Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?. “Vengan y lo verán“, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.” (Jn 1,35-39)

La invitación de Jesús no es a escuchar un mensaje o a vivir los valores en lo cotidiano. Es a compartir con el la existencia: “Vengan y lo verán”. Es discípulo misionero quién tiene esa experiencia en la base de su propia vida. En caso contrario, solamente se puede aspirar a ser un buen profesor de religión o un gurú de consejos buenos para una vida sana. Pero eso no es la esencia misma del cristianismo, como reflexionara aquí hace algún tiempo atrás.

La pregunta de los discípulos es la que le debemos hacer a Jesús también hoy: “Maestro ¿dónde vives?”.  O, como diría el Documento de Aparecida: ¿cuáles son los lugares dónde hoy te podemos encontrar? No les voy a contar todo lo que dice en detalle. Los invito a que lo lean directamente desde el documento, desde el número  243 al 275. Ahora simplemente les hago un elenco de todos los lugares donde hoy “vive” el Señor: la Sagrada Escritura; la Sagrada Liturgia; la Eucaristía; el sacramento de la Reconciliación; la oración personal y comunitaria; en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno; de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos. Aparecida a esto le agrega el considerar la piedad (o religiosidad, o espiritualidad, o catolicismo, o mística) popular como un espacio de encuentro con Jesucristo. Y la vida de quienes vivieron en plenitud y fidelidad al Señor también son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo: María, los apóstoles, los santos y los mártires.

Como pueden ver, Jesús hoy también quiere dejarse encontrar y compartir su vida con nosotros. Solamente tenemos que animarnos a compartir un día con Él.

El proceso de formación de los discípulos misioneros (DA 276/285)

Jesús, con perseverante paciencia y sabiduría, invitó a todos a su seguimiento. De la misma manera la Iglesia debe emprender idéntica tarea en el nuevo contexto sociocultural de América Latina. Es muy lindo como describe esto el número 277 del documento:

“El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña.”

Pero no se transforma uno en discípulo misionero de un momento a otro. Para eso es necesario un proceso, es decir, una serie de acciones sucesivas que van transformando desde el interior a la persona. Desde Aparecida (278) lo describimos así:

a) El Encuentro con Jesucristo. Es el inicio fundamental de todo verdadero discipulado. Si no se encuentra a “Alguien”, toda la vida cristiana será un mero hacer cosas, es decir, vivir “para algo”. Ya vimos los lugares donde hoy vive Jesús. Pero es fundamental aquí el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. Entendemos por kerygma el anuncio básico que hace un testigo de los fundamentos por los cuales obra como obra (por ejemplo, Pablo nos diría: “Jesús es el Señor”, Rom 10,9). “Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones.”

b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.

c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.

d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en la vida del Espíritu.

e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.

Aparecida también da criterios generales para tener en cuenta al momento de realizar este proceso por parte de la Iglesia (279/285). Simplemente los enumeramos, recordando que es una formación: integral, kerygmática y permanente; atenta a las diversas dimensiones de la persona; respetuosa de los procesos; que contempla el acompañamiento de los discípulos y se abre a la espiritualidad de la acción misionera.

Dos problemas pastorales para resolver hoy (DA 286/300)

El contexto que nos presenta Aparecida recorre todo nuestro continente. Leámoslo atentamente, pensando en nuestra parroquia y en nuestro barrio (286/7):

“Son muchos los creyentes que no participan en la Eucaristía dominical, ni reciben con regularidad los sacramentos, ni se insertan activamente en la comunidad eclesial. Sin olvidar la importancia de la familia en la iniciación cristiana, este fenómeno nos interpela profundamente a imaginar y organizar nuevas formas de acercamiento a ellos para ayudarles a valorar el sentido de la vida sacramental, de la participación comunitaria y del compromiso ciudadano. Tenemos un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una identidad cristiana débil y vulnerable.

Esto constituye un gran desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar con decisión, con valentía y creatividad, ya que, en muchas partes, la iniciación cristiana ha sido pobre o fragmentada. O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora. Se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así, asumiremos el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados.”

Así introduce a los dos problemas pastorales que debemos solucionar:

a) La iniciación cristiana: se refiere a la primera iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de catecumenado bautismal para los no bautizados, sea en la forma de catecumenado postbautismal para los bautizados no suficientemente catequizados. Este catecumenado está íntimamente unido a los sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía (288). Nace de un encuentro personal con Jesucristo (289) y transmite una experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos (290). Aparecida afirma que una comunidad que asume la iniciación cristiana renueva su vida comunitaria y despierta su carácter misionero (291).

Propone un “perfil del egresado” (por decirle de alguna manera) que debe estar en la mente de los agentes pastorales: “Como rasgos del discípulo, al que apunta la iniciación cristiana destacamos: que tenga como centro la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de toda madurez humana y cristiana; que tenga espíritu de oración, sea amante de la Palabra, practique la confesión frecuente y participe de la Eucaristía; que se inserte cordialmente en la comunidad eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.” (292)

El modelo a tener en cuenta debe ser el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos.

b) la Catequesis permanente: primero se constata el progreso de la situación actual de la catequesis entre nosotros. Pero, enseguida, pone de manifiesto las limitaciones: “Sin embargo, a pesar de la buena voluntad, la formación teológica y pedagógica de los catequistas no suele ser la deseable. Los materiales y subsidios son con frecuencia muy variados y no se integran en una pastoral de conjunto; y no siempre son portadores de métodos pedagógicos actualizados. Los servicios catequísticos de las parroquias carecen con frecuencia de una colaboración cercana de las familias. Los párrocos y demás responsables no asumen con mayor empeño la función que les corresponde como primeros catequistas.” (296)

Así abre el concepto restrictivo de catequesis que tenemos: "La catequesis no debe ser sólo ocasional, reducida a los momentos previos a los sacramentos o a la iniciación cristiana, sino más bien “un itinerario catequético permanente”.  …(Para esto hay que) establecer un proceso catequético orgánico y progresivo que se extienda por todo el arco de la vida, desde la infancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de Catequesis considera la catequesis de adultos como la forma fundamental de la educación en la fe. Para que, en verdad, el pueblo conozca a fondo a Cristo y lo siga fielmente, debe ser conducido especialmente en la lectura y meditación de la Palabra de Dios, que es el primer fundamento de una catequesis permanente.” (298) Y propone, además, cursos y escuelas de formación permanente para catequistas que partan del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (299).

Como cuestión práctica sugiere que: “debe darse una catequesis apropiada que acompañe la fe ya presente en la religiosidad popular. Una manera concreta puede ser el ofrecer un proceso de iniciación cristiana en visitas a las familias, donde no sólo se les comunique los contenidos de la fe, sino que se las conduzca a la práctica de la oración familiar, a la lectura orante de la Palabra de Dios y al desarrollo de las virtudes evangélicas, que las consoliden cada vez más como iglesias domésticas." (300)

Pautas para los trabajos en grupos

Analizar juntos y presentar por escrito la respuesta a estos cuestionamientos. Tener en cuenta que no hablamos de Latinoamérica o la Argentina en general sino de nuestra comunidad en particular:

1.   ¿Nuestra catequesis produce un encuentro con Jesucristo? Fundamente el si o el no.

2.   Analizamos el proceso de formación de discípulos misioneros “ideal” que propone Aparecida. Describan, con sus propias palabras e ideas, como es el proceso de formación “real y concreto” que se da en nuestra comunidad.

3.   ¿Qué elementos del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos pueden ser útiles para la iniciación cristiana que actualmente se brinda en nuestra comunidad?

4.   Haga un elenco de las instancias de catequesis permanente que hay en la comunidad, poniendo en la lista primero las que consideran más provechosas y en sentido correlativo las menos provechosas.

Entregar los resultados al sacerdote en las Misas del 26/27 de febrero. El 1 de marzo, a las 20.30 hs., finalizaremos este curso reflexionando sobre las características de la pastoral urbana. Aprovecharemos para charlar sobre las dudas o inquietudes que genere este trabajo práctico.

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4 Comments

  1. Hola soy Laura y el sabado 19 vivi una experiencia unica la primera ves que voy a la misa de el padre fabian.. pero no la ultima, de ahora lo voy a seguir a donde este... quede sin palabras la fuerza que tiene y el amor por nosotros... me hizo vivir una experiencia unica y me lleno el alma de amor a Dios antes no iva frecuentemente a misa hace un mes que voy y cada ves mas quiero ir, sin hablar de ir a Salta que si Dios quiere pienso ir en marzo gracias a Dios x ponerte en mi camino...nunca mas voy a dejar de rezar y de estar cerca de Dios...

    1. ¿Estás segura que es el mismo Padre Fabián de la Misa del sábado que el autor de este blog (Parroquia Virgen de la Medalla Milagrosa - Paraná)?
      Más allá de eso, lo que tenés que hacer, siempre, es descubrir el poder redentor de la Eucaristía, más allá de quién la presida o la comunidad que la celebre.

  2. Padre sabe que hoy justo en mi primer reunión de catequistas, yo recién empiezo, me preguntaron de que iglesia o a con qué cura me congregaba y les conteste yo soy de todos.
    Y doy testimonio que es verdad de vacaciones recorrí casi todas la iglesias de Corrientes capital, distintas capillas, distintos sacerdotes, de todos recibí Ëspíritu Santo! en todos vi el dulce rostro de Jesús, en todos habita y conduce nuestro divino Dios y de todos recibí los mimos dulcísimos de mamita María. DE TODOS! Y los amo en el Amor de Dios a todos así lo siento en mi corazón, y no creo equivocarme, tengo total convicción de ello, lo siento por revelación del Espíritu Santo. Gracias, Gracias! a DIOS POR TODOS y por poder ser una oveja más. y no es casualidad que lleve la Medalla en mi pecho.....Además le pido a María de la Medalla Milagrosa la Gracia que nadie le pide....LE ENVIO ESPIRITU SANTO EN EL CORAZON DE MARIA