Uno de los grandes problemas que tiene la cultura actual es la cantidad de mensajes que, por distintos medios, nos llegan a diario. De una u otra manera, miles y miles envía información que cree importante para que el resto las haga propias. Esto, por un lado, enriquece nuestra percepción del mundo. Somos capaces de conocer muchas más cosas que una generación atrás. Y ni hablemos de nuestra información comparada con lo que conocían los hombres mil años atrás.

Lo dicho es una gracia, que se puede transformar también en una desgracia para el común de los mortales. La sobreabundancia de la información hace que no podamos asimilar todo lo que se nos propone. Pero la cosa es aún más grave. Acostumbrados a la oferta constante de mensajes, nos volvemos demasiado ingenuos en cuanto al discernimiento de su contenido. Nos preocupamos por las cosas que se dicen y no tanto porque sean verdaderas o falsas. Si a esto le sumamos que muchos no tienen escrúpulos para jugar con las palabras, tenemos el horizonte de una democracia que se puede vaciar de propuestas para transformarse en el sólo juego de palabras a fin de convencer a los demás.

Durante esta semana, han salido al ruedo muchas personas defendiendo sus intereses ideológicos contra una supuesta presión que la Iglesia ha ejercido para torcer el brazo del pueblo que se expresa a través de sus legisladores. Es interesante descubrir como nos manipulan a través de las palabras.

Ellos dicen que sólo defienden al pueblo que busca con ansias la salud. En cambio, afirman, la Iglesia es un poder prepotente que avasalla a quienes no piensan como ella.

Ellos dicen que hay que pensar como ellos para ser progresistas. La Iglesia, en cambio, al no compartir sus opiniones, muestra visos de oscurantismo, retrógrado y conservador.

Si alguien al pasar no sabe de que se está hablando, diría con toda lógica que hay que estar a favor del progreso de la humanidad y contra el oscurantismo. Yo diría lo mismo.

Pero, ¿por qué lo que ellos sostienen es sinónimo de progreso y lo que la Iglesia defiende es sinónimo de oscurantismo medieval? Entrar en razones de fondo que explique estos adjetivos no es propio de quien quiere manipular utilizando términos mágicos para pintar de rosa el propio relato y de negro el ajeno. Por eso no vamos a escuchar de sus labios razones que fundamenten sus adjetivos. Al ideólogo solamente le interesa que el pueblo quede teñido por las palabras mágicas que el expresa para analizar la realidad.

Un ejercicio que debemos volver a hacer, una y otra vez, es el de meditar sobre las palabras que se usan para calificar algo o a alguien. Y, meditar las razones que acompañan a esos adjetivos. Nos sorprenderemos como ciertas posturas que nos ofrecen, al sacarles el papel de regalo, tienen un sentido que va contra nuestras convicciones más profundas. El manipulador de las palabras sabe de esto, por eso sólo le interesa que nos quedemos con sus adjetivos. No le conviene que pensemos, porque del pensamiento viene la sabiduría. Y de su mano, la libertad.