Se publicó la primera Encíclica del Papa Francisco. Consta de una introducción y cuatro capítulos. Habla sobre la luz de la fe: "Lumen fidei". Lo primero que notamos al leerla es que es que hace referencia a una fe que ilumina la existencia humana para el caminar concreto del ser humano. El punto 4 me parece muy interesante porque nos da la clave de lectura del documento. Allí primero afirma que:

“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios.”(LF 4)

Previo a esto había hecho un análisis de las visiones erróneas que se tiene de la fe, sobre todo entre los contemporáneos:

“… la fe ha acabado por ser asociada a la oscuridad. Se ha pensado poderla conservar, encontrando para ella un ámbito que le permita convivir con la luz de la razón. El espacio de la fe se crearía allí donde la luz de la razón no pudiera llegar, allí donde el hombre ya no pudiera tener certezas. La fe se ha visto así como

un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego;

o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás como luz objetiva y común para alumbrar el camino. (…)” (LF 3).

Es muy común en nuestro lenguaje cotidiano distinguir entre lo que yo “sé” y lo que “creo”. Lo que “sé” lo puedo demostrar porque ha nacido de una experiencia. Lo que “creo”, en cambio, es opinable, no tiene certezas… me lo tengo que guardar para mí porque compartirlo es “imponer” opiniones personales. Detrás de esto está lo que se describía en la cita anterior. Y, como una respuesta, el párrafo siguiente, que ya les dije que era la clave de lectura de la Encíclica:

La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo.

Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte.

Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro «yo» aislado, hacia la más amplia comunión. Nos damos cuenta, por tanto, de que la fe no habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas.”(LF 4)

Todo el desarrollo se basa, entonces en una fe nacida de un encuentro personal: por eso da certezas y se la puede compartir.

El capítulo primero desarrolla la fe a la luz de la experiencia del Pueblo de Israel, la plenitud que nos trae Jesús y la fe en la configuración de la comunidad católica. El capítulo segundo desarrolla la estrecha relación que hay entre la fe y la verdad. El tercero habla de la transmisión de la fe en lo que se denomina “evangelización. Concluye con la consecuencia que tiene para el creyente vivir su fe en la búsqueda del bien común, en la construcción de la ciudad terrena.

Este es el contenido a través de subtítulos:

Introducción: ¿Una luz ilusoria? Una luz por descubrir

Capítulo primero: “Hemos creído en el amor” (cf. 1 Jn 4,16). Abrahán, nuestro padre en la fe. La fe de Israel. La plenitud de la fe cristiana. La salvación mediante la fe. La forma eclesial de la fe

Capítulo segundo: “Si no creéis, no comprenderéis” (cf. Is 7,9). Fe y verdad. Amor y conocimiento de la verdad. La fe como escucha y visión. Diálogo entre fe y razón. Fe y búsqueda de Dios. Fe y teología

Capítulo tercero: “Transmito lo que he recibido” (cf. 1 Co 15,3). La Iglesia, madre de nuestra fe. Los sacramentos y la transmisión de la fe. Fe, oración y decálogo. Unidad e integridad de la fe.

Capítulo cuarto: “Dios prepara una ciudad para ellos” (cf. Hb 11,16). Fe y bien común. Fe y familia. Luz para la vida en sociedad. Fuerza que conforta en el sufrimiento. Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45).

La pueden leer completa desde este link. De mi parte, ya iré comentando el contenido en el transcurso de estas semanas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

3 Comments

  1. Lo esperamos ansiosos. Yo me pregunto ¿Cómo hizo Francisco para cintinuar lo de Benedicto XVI, en cuanto a la forma de expresión?? Ya veremos

  2. Qué bueno que ya esté lista una encíclica con un tema tan convocante para los tiempos que vivimos... Este hombre nos sigue sorprendiendo, la verdad.