"Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones." (Salmo 88,2)
Dios juega su Palabra y la cumple. El tiene sus tiempos, que no son los nuestros. Pero en el momento que Él considera conveniente actúa con amor fiel para que sus creaturas experimenten la Alianza.
En el medio de esta cuaresma se nos presenta a un personaje que fue llamado por Dios para cumplir una misión. José, el esposo de María, que fue llamado a ser el padre adoptivo de Jesús.
José, el judío creyente que esperaba que Yahveh cumpliera su palabra. Esas promesas que le había hecho a un antiguo antepasado suyo: el rey David.
José que no se creía ni digno ni superior a nadie. Por eso nunca pensó que el entraría de esta manera en el plan divino.
José que no solo se maravilló de la obra divina sino que la hizo propia en su entrega de fe y amor a María… a Jesús.
José, que bien podría haber recitado las palabras de este salmo como expresión de su vivencia religiosa: "Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones."
Una reflexión del texto: Salmo 88,2
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