Predicar agradando a Dios. Una tentación de hoy: tenemos vergüenza de la Palabra de Dios. Pablo no se preocupó de ser malinterpretado: sirvió a la Revelación. “Nosotros predicamos procurando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones.”
1° Tesalonicenses (2,1-8)
Ustedes saben muy bien, hermanos, que la visita que les hicimos no fue inútil.
Después de ser maltratados e insultados en Filipos, como ya saben, Dios nos dio la audacia necesaria para anunciarles su Buena Noticia en medio de un penoso combate.
Nuestra predicación no se inspira en el error, ni en la impureza, ni en el engaño.
Al contrario, Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia, y nosotros la predicamos, procurando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones.
Ustedes saben (y Dios es testigo de ello) que nunca hemos tenido palabras de adulación, ni hemos buscado pretexto para ganar dinero.
Tampoco hemos ambicionado el reconocimiento de los hombres, ni de ustedes ni de nadie, si bien, como Apóstoles de Cristo, teníamos el derecho de hacernos valer. Al contrario, fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos.
Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.
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Una reflexión del Evangelio del día de hoy: Predicar agradando a Dios
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