Lo decimos rapidito en el Credo… y casi no sabemos intelectualmente de que se trata. Sin embargo es una de las verdades más hermosas y consoladoras que hay con respecto a la Iglesia.

En el artículo anterior veíamos que la Iglesia que peregrina en la tierra tiene su mirada puesta en el cielo: deseando ya estar con el Señor para entrar en la vida plena. Así termina el último libro de la Biblia, el Apocalipsis:

“El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven!", y el que escucha debe decir: "¡Ven!". Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida. (22,17)”

Pero hay más, todavía. Quienes ya han partido no nos son extraños. Así lo dice el Concilio (LG 49):

“Unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando «claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es»; mas todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en El (cf. Ef 4, 16).”

Esto es, precisamente, la comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace varias precisiones para que profundicemos este misterio revelado. Primero, usando un texto de Tomás de Aquino y otro del Catecismo Romano, nos precisa la fuente de esta comunión:

"Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia" (Santo Tomás). "Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común" (Catecismo Romano).” (CIC 947)

Notemos que, a partir de la comunión con Cristo, se da lo que se denomina “comunión de bienes”. Al escuchar esto solemos pensar, de una, en “bienes materiales”. Por eso el Catecismo aclara la expresión valiéndose de un antiquísimo dicho latino:

“La expresión "comunión de los santos" tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: "comunión en las cosas santas ['sancta']" y "comunión entre las personas santas ['sancti']".

"Sancta sanctis" [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos dones antes de la distribución de la comunión. Los fieles ["sancti"] se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo ["sancta"] para crecer en la comunión con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla al mundo.” (CIC 948).

¿A qué se refiere exactamente esta “comunión de bienes espirituales? El Catecismo continúa enseñando:

“En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2,42).

La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte.

La comunión de los sacramentos. "El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos... El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación" (Cat. Rom.).

La comunión de los carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias especiales entre los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1Co 12,7).

"Todo lo tenían en común" (Hch 4,32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Cat. Rom.). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cfr. Lc 16,1; 16,3).

La comunión de la caridad: En la "comunión de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rom 14,7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Cor 12,26-27). "La caridad no busca su interés" (1Cor 13,5; cf. 10,24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.”(CIC949/953).

Cuando alguien muere tenemos la angustia natural que nos produce la partida definitiva de un ser querido al cual no volveremos a ver con estos ojos. Pero allí no termina todo. Allí simplemente comienza lo verdadero, lo definitivo. Por eso la Lumen Gentium nos advierte:

“La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales.” (49)

Y nos recuerda que estamos unidos por una característica común:

“Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella ofrece a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1 Cor 12, 12-27). Porque ellos, habiendo llegado a la patria y estando «en presencia del Señor» (cf. 2 Co 5, 8), no cesan de interceder por El, con El y en El a favor nuestro ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el «Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (cf. 1Tm 2, 5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad.”(49)

La misma intercesión hacemos nosotros por aquellos que están en el purgatorio, como veremos en la próxima entrega. Pero es bueno, hoy, recordar que la oración de intercesión es una característica que brota de la verdad de la comunión de los santos. Y es importante descubrir aquí su raíz porque hay hermanos cristianos que niegan toda capacidad de un ser humano de interceder por otro. De nuestra parte, recordemos lo que enseña el Catecismo sobre este tipo de oración:

“La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8,34; 1 Jn 2,1; 1 Tm 2,5-8). Es capaz de “salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7,25). El propio Espíritu Santo “intercede por nosotros [...] y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8,26-27).

Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino [...] el de los demás” (Flp 2,4), hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7,60; Lc 23,28.34).

Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf Hch 12,5; 20,36; 21,5; 2 Co 9,14). El apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6,18-20; Col 4,3-4; 1 Ts 5,25); él intercede también por las comunidades (cf 2 Ts 1,11; Col 1,3; Flp 1,3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: “por todos los hombres, por [...] todos los constituidos en autoridad” (1 Tm 2,1), por los perseguidores (cf Rm 12,14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10,1).”(CIC2634/6).

Sobre todo esto hablaremos hoy en nuestro programa de radio Concilium (a las 22.00 hs por FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 Comments

  1. Muchas gracias por esa reflexión. He seguido primera parte de índole escatológica… de número 48, ahora número 49 de LG. Ahora me faltan números 50 y 51 para terminar capítulo 7. Muchas gracias de nuevo. Joseph de kenia