La obra de misericordia corporal que se nos propone hoy, vestir al desnudo, no necesita explicarse demasiado. Es algo tan sencillo como el compartir algo mío con el otro que está necesitado. Las líneas que siguen son para descubrir, desde la Palabra de Dios, porque junto al precepto de solidaridad humana (filantropía) hay una profunda invitación a vivir el amor de Dios en nosotros (ágape), en el compartir con los otros.
La desnudez en el Génesis
Ya en el primer libro de la Biblia aparece la desnudez del hombre. Lo curioso es que es Dios quién se encarga de hacerle una túnica de piel para vestirlo (Gn 3,21). Leer que el Altísimo y Omnipotente haga algo tan trivial como ser sastre de la primera pareja humana… nos hace pensar que el autor sagrado ha querido expresar otra cosa distinta a lo que aparece a primera vista. Veamos.
Antes que nada, recordemos que nosotros leemos en español lo que en su origen fue escrito en hebreo. Por eso, como usamos traducciones, muchas veces no vemos los matices y juegos de palabras que hay en la Biblia. Este es uno. Ya que el término hebreo “arum” puede significar tanto desnudez como astucia. Releamos entonces el texto.
Se nos dice que “el hombre y la mujer, estaban desnudos (arum), pero no sentían vergüenza.” (Gn 2,25). Entonces aparece un misterioso personaje en escena. Se lo describe así: “la serpiente era el más astuto (arum) de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho…” (Gn 3,1).
Este personaje maligno tienta y hace caer a la primera pareja. Entonces el hombre se esconde de Dios. Cuando Dios lo llama a su presencia le dice que “oí tus pasos por el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo (arum). Por eso me escondí” (Gn 3,10-11).
Aquí la desnudez del hombre viene de la malicia que ha introducido en pecado en su corazón. Es esta desnudez que aparta el corazón de Dios y de los demás… astucia que hace descubrir en el otro la raíz de todos los males… la culpa da todo lo que “me” o “le” pasa. Astucia que es la excusa perfecta para ser frío o desatender las urgencias del hermano necesitado.
Así vemos que no es la desnudez física lo que lo avergüenza sino la astucia que ha “ensuciado”. Por eso el Señor Dios le hace a la humanidad un “misterioso” traje que le permita estar en su presencia.
Dejado en claro esto, creo que no es aquí donde debemos buscar el fundamento para nuestra obra de misericordia personal. Aunque, al final, volveremos a este texto para que nos dé más luces para nuestra vida.
El precepto de la misericordia es concreto
El libro de Job cuenta la historia de un judío piadoso que había prosperado en hijos y bienes. Entonces el dedo de Dios permite que la desgracia llame a su puerta. Pierde así sus hijos y sus bienes. Y su respuesta se ha hecho proverbial: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1,21).
A partir de esta parábola, podemos comprender una verdad trascendental de nuestra existencia: somos importantes por lo que somos (hijos de Dios) y no por los bienes que tenemos. El vivir desprendido de los bienes materiales nos ayuda, así, a alcanzar la sabiduría y la armonía interior. Claro… este es un camino que cada uno debe transitar de manera personal y no se le puede exigir a los demás. Y, menos, usarlo como excusa frente al que está desnudo.
Con respecto a los otros, Jesús nos da la regla de oro: “todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos” (Mt 7,12). Es lo que está en la base de toda obra de misericordia: a mí no me gustaría andar desnudo por la vida… me gustaría que alguien me dé una mano cuando esté necesitado de ropa. Entonces Jesús nos dice… si eso es lo que deseas para vos… ¡hacélo por el otro!
Pero… el Señor nos invita a dar un paso más grande todavía. El hacer por el otro de acuerdo a mis deseos puede tener como raíz el simple egoísmo. O, como se dice malamente por aquí, hago bien para que ese bien me rebote algún día.
Jesús nos invita a poner la mirada más allá de mi yo egoísta. Y de mi tiempo limitado. Me invita a poner la mirada en el Amor Infinito que se nos viene. En una famosa parábola sobre el juicio final enseña que la entrada al cielo o al infierno tiene que ver con la misericordia vivida:
"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque… estuve… desnudo, y me vistieron..." "Señor, ¿cuándo te vimos... desnudo, y te vestimos?" "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".
"Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque... estaba... desnudo, y no me vistieron..." "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". (Cfr Mt 25,31-46)
Así, el compartir la ropa con el que no lo tiene, no es porque me da una humana lástima o porque deseo que eso me vuelva con creces. El compartir del católico tiene está relacionado con ver en el necesitado el rostro de Jesús. Tiene que ver con amar de manera concreta el “cuerpo de Jesús”.
La enseñanza del Apóstol Santiago apunta, precisamente, a esa coherencia entre seguir a Jesús y vestir al desnudo:
"Hablen y actúen como quienes deben ser juzgados por una Ley que nos hace libres. Porque el que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia se ríe del juicio. ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.” (St 2, 12-17)
Fe… misericordia… amor… libertad… Santiago nos invita a crecer como creyentes. Y nos marca la cancha para que sepamos si la pelota sale afuera o sigue en juego.
Para vestir… vestirse
Creo que es bueno, en este contexto, volver al relato del Génesis. Debemos darnos cuenta de que para vestir al que está desnudo antes nosotros debemos dejarnos vestir por el Señor con su misterioso traje, vestir nuestro propio corazón para que de ahí salgan las obras agradables al Padre (Mt 15, 18-20).
Cuando un desnudo (espiritual) viste a un desnudo (corporal) puede hacer un buen acto de solidaridad. Sin lugar a dudas. Pero corre el riesgo de ser una campana vacía que solamente suena (1 Cor 13,1). Corremos el riesgo de sentir lástima frente a una necesidad humana (“pobrecito…”) y calmarla levemente para calmar en algo nuestra conciencia… y nada más que eso.
Revestirnos con el misterioso traje de la Gracia (Rom 8,8-17) nos hace tener la compasión de Cristo (Mt 9,36). Es lo que hace que seamos “misericordiosos como el Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Es, en definitiva, entrar al Reino prometido. Y esto es lo que buscamos. ¿No?