Alguna vez hemos hablado en este espacio de los límites. Y hoy nos vuelve a acicatear este tema. Pero ya no desde el respeto a la conciencia religiosa del otro. Ahora nos preguntamos, y les preguntamos a ustedes, cuál es el límite que tienen nuestras acciones y las protestas que se generan por las acciones del otro.

La cuestión que nos preocupa son las papeleras. En este tema hay muchos actores implicados. El gobierno uruguayo y el gobierno argentino. El estado uruguayo y el estado argentino. El pueblo uruguayo y el pueblo argentino. Las empresas uruguayas, las empresas argentinas y las empresas trasnacionales. Los ambientalistas uruguayos, los ambientalistas argentinos y los ambientalistas trasnacionales. En varias de estas categorías figuramos algunos de nosotros. Por lo cual el tema no nos puede ser indiferente.

La preocupación tiene un punto de partida: la instalación de dos mega pasteras en la vecina nación. El proceso de quince años ignorado por el Estado argentino nos pone de frente a unos supuestos hechos consumados que son enfrentados por el perjudicado pueblo de Gualeguaychú. Y desde allí la implicación del poder político provincial y nacional. Hasta aquí la cosa tiene sabor a un drama con los condimentos suficientes para transformarse en la comidilla cotidiana de los medios de comunicación. El centro del problema no está allí. El problema es que el drama se transforme en tragedia. Y la tragedia que se podría sobrevenir es consecuencia de que dos países hermanos están tensando cada vez más sus relaciones.

Como todo problema en el cual entran las perspectivas de los hombres, en este es muy difícil tomar posición. Es cierto que las pasteras contaminarán nuestros ríos, pero también es cierto que los argentinos tenemos otras papeleras en nuestro territorio que tienen una tecnología mucho más contaminante que la que se está construyendo. Es cierto que el derecho a protestar es un derecho constitucional, pero también es cierto que el derecho al libre tránsito también está en nuestra constitución y es un eje de la construcción del Mercosur. Es cierto que el gobierno uruguayo está en su derecho a propiciar inversiones en su propio territorio, y estamos hablando de algo que ronda alrededor del diez por ciento de su producto bruto interno. Pero también es cierto que hay tratados binacionales sobre el uso del común recurso del río y que se debían hacer estudios sobre el impacto ambiental con más seriedad que el que se hizo. Todo esto es cierto a la vez y es lo que produce un drama en las relaciones binacionales.

Pero está ocurriendo algo que puede, como ya dijimos, transformar este drama en tragedia. Uno tiene la sensación que se está en medio de un monólogo de sordos. Vale la expresión, pero llevada al límite de quien no escucha nada, ni lee los labios del otro y, ni siquiera, es capaz de hablar con signos. La sensación que nos queda es que estamos perdiendo la capacidad del dialogo. Y cuando los pueblos no son capaces de dialogar, dejan, en el mejor de los casos, la voz a la indiferencia de las molestias del otro. Cuando la situación se extrema se rompen relaciones bilaterales. Y lo más trágico es el uso de las armas para dirimir las cuestiones. No queremos ser tremendistas ni pensamos que ese puede ser el destino final de este problema. Solamente nos llama la atención la falta de dialogo entre todos los actores implicados. Y así no hay solución ni justa ni pacífica posible.

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