Complicadita la mano en estas elecciones internas de los partidos, las PASO 2015. Y bastante molesto porque me obligan a participar de la vida interna de unos partidos políticos que ni existen ni perdurarán luego de diciembre. Es más, ya ni les dicen partidos… ahora son solamente “frentes electorales” o el sinónimo que les aconseje usar el experto en marketing que les da libreto.

El primer problema que tuve que resolver es a quién votar. Es decir, responderme a la pregunta: “¿vale la pena votar?”. Y lo resolví con una decisión: no voy a votar a quién voy a votar en octubre. Es decir, en otras palabras, ya que me invitan a jugar al juego de la “participación democrática en la vida interna de los partidos políticos” (no me invitan, me obligan) voy a tomarlo con la misma seriedad de quienes ya han consensuado las listas de candidatos previamente y sólo se presentan a las PASO para cumplir el trámite que les exige la ley (una ley que puede llegar a cambiarse de un día para el otro… literalmente… si no me creen, entérense leyendo este link). No todos los frentes… pero la mayoría lo hizo.

Así que decidí llevarme mi tijera y poner tres candidatos, para tres cargos distintos, de tres partidos distintos a los cuales no voy a votar en las generales. ¿Qué? ¿Qué perdí mi voto? No. Mi voto válido será recién en octubre, cuando en verdad esté dando la representación de mi poder ciudadano a alguien de manera concreta y real. Ahora estoy simplemente participando de una encuesta de opinión. Y lo hice de la misma manera que con la encuesta telefónica que suelen hacer regularmente a mi teléfono y a la cual le respondo de cualquier manera… (¿hay alguien que confíe en las encuestas?).

Pero también estoy molesto por las largas colas que producen estas elecciones. Yo voto en la escuela que está enfrente a la parroquia. Es decir, cruzar la calle y hacer 10 metros… unos minutos bastan. Fui a las 12… estaba lleno el salón. Fui a las 13… larga la cola. Pensé, ambas veces, que era la hora previa al almuerzo y la gente se habrá amontonado por ese motivo. Entonces me fui a las 14.45… plena siesta de un gris domingo que invita a dormir. Pues estaba más larga que las otras dos veces. Y como no tenía ganas de regresar me dije “la tercera es la vencida” y me quedé.

Localicé mi mesa, me puse a esperar… pacientemente. Bromas van, bromas vienen con dos jóvenes que estaban detrás de mí. Y la cola no avanzaba… lento… muy lento. Así que me tracé de la misma estrategia que uso para los viajes largos: hacerlos por etapas. Primera etapa… cruzar el pasillo (es que me tocaba estar en la cola que tapaba el pasillo de ingreso a la escuela). Así que me quedé parado y lo dejé libre para que cruzara la gente sin problemas. En eso pasó una puntera política y me saludó… como suelen hacer en estos actos los punteros. Era el último, pero al ratito llegaron los dos jóvenes de los que les conté… así que no avanzaba y la fila se alargaba.

Cuando crucé el pasillo y fui el “ultimo” de la otra banda… me divertí en confirmarles a los que llegaban que era la cola de la 543… e invitarlos a ir al fondo de la fila, porque no terminaba conmigo. Llegó otra conocida… le di charla… y la mandé al fondo. Y pasó un rato y la fila no avanzaba. Hasta que veo que sale una muchacha joven, deposita su sobre en la urna y todos los que están allí la aplaudieron. Entonces me di cuenta de que se había demorado un montón, no entendía bien porqué.

Segunda etapa, una columna. Tercera y última etapa… otra columna. No se crean que fueron kilómetros: tres metros cada una. Cuando llegué a la última me llamó la atención de que varios sobres no entraban bien en la urna… ¿?... después me di cuenta de que estaban bastantes gorditos por el contenido…

Llegó mi turno, entregué mi documento… me dieron el sobre… y miré el reloj: 15.30. Me llevó llegar a la urna lo mismo que dura un medio tiempo de un partido de fútbol… miro atrás… la cola estaba casi tan larga como cuando yo comencé. Salió la otra persona y votó. Entonces entré al cuarto oscuro. Saqué mi tijera y… un mar de boletas me invadía. En ese momento comprendí porque se demoraban tanto en salir y los aplausos a la chica. Busque la de un candidato, corté la boleta y me guardé el resto en mi bolsillo. Repetí tres veces la misma historia… ensobré… salí y sufragué. Cuando me dieron el documento, de pasada la cargué a la conocida que todavía estaba esperando y le quedaba un largo trecho para llegar.

Ahora viene lo más importante: esperar los resultados… del partido de River el martes a la mañana… ah, ¿no sabían que jugamos por una Copa Internacional en Japón?

Espero que no se escandalicen por este relato. Pero todavía me sigo preguntando qué sentido tienen las PASO para el ciudadano argentino. Estoy muy de acuerdo con las elecciones generales y siempre participo con muchas ganas y responsabilidad. Creo que es un derecho pero también un deber mío el participar de esta manera de la vida pública en la democracia. Pero… ¿vale la pena gastar tiempo y dinero público en una elecciones que no sirven para nada? Todavía a esto no lo veo para nada claro.

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