Esta es una polémica postconciliar, ya superada intelectualmente, pero todavía no asumida en plenitud por la práctica pastoral en muchos lugares. ¿De qué estoy hablando exactamente? De la supuesta oposición entre una “pastoral sacramentalista” frente a otra “pastoral evangelizadora”. La sacramentalista haría hincapié en la sola celebración de los sacramentos como eje de toda acción eclesial. La “evangelizadora” se centraría en el anuncio y el compartir la Palabra de Dios en pequeñas comunidades.
El marco de referencia de esta polémica es una situación pastoral caracterizada por una iniciación cristiana que no es fruto de una acción evangelizadora previa. Es decir, se es cristiano sin una conversión previa nacida de un encuentro con el Dios vivo que se nos revela en Jesucristo. Por lo tanto, hay que “pasar” los sacramentos para ser parte de una religión que es a la cual pertenecen los propios ancestros (padres, abuelos…). Esto lleva a un cristianismo sociológico o cultural. Es decir, soy católico porque nací católico y porque mi familia es católica: “no me pregunten nada más, porque no sabría dar razones de mi pertenencia”. (Esto daría para ampliarlo mucho más, pero nos desviaría del tema).
También debemos encontrar los motivos del “sacramentalismo” en una pastoral que, en ocasiones, ha absolutizado la acción litúrgica como prácticamente única acción eclesial. Por ejemplo, podemos pensar en nuestras capillas de campo a las cuales el sacerdote va solamente una vez al mes a celebrar Misa o bautizar a los bebés. En épocas de auge de los grupos misioneros de mi Arquidiócesis había un sacerdote que resumía los “logros” de las misiones de verano contando la cantidad de bautismos, confesiones, primeras comuniones, confirmaciones y matrimonios que habían celebrado.
En este contexto, debemos hacer una primera disquisición: sin duda afirmo que se debe abandonar todo lo que sea sacramentalismo. ¿? Si, leyó bien. Ahora me explico. El “ismo” final de esa palabra lleva a la absolutización de una parte que solamente se entiende como integrada a un todo: la evangelización. Por eso habría que hablar de una pastoral sacramental integrada a la evangelización. De esto es lo que nos habla la Sacrosantum Concilium en los N° 9 y 10:
“La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en El sin haber oído de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, enseñarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres.
No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados "con los sacramentos pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.”
La lectura del texto conciliar nos da una serie de principios que no debemos olvidar.
1. La liturgia es el resultado de la Evangelización
En la dinámica de la evangelización, la celebración litúrgica está situada en la plenitud de la vida cristiana. El Documento de Aparecida (278) nos dice que el creyente se hace a través de un proceso:
a. El Encuentro con Jesucristo. Es el inicio fundamental de todo verdadero discipulado. Si no se encuentra a “Alguien”, toda la vida cristiana será un mero hacer cosas, es decir, vivir “para algo”. Ya vimos los lugares donde hoy vive Jesús. Pero es fundamental aquí el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. Entendemos por kerygma el anuncio básico que hace un testigo de los fundamentos por los cuales obra como obra (por ejemplo, Pablo nos diría: “Jesús es el Señor”, Rom 10,9). “Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones.”
b. La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.
c. El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.
d. La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en la vida del Espíritu.
e. La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.
Este principio implica:
+ Debe haber menos acciones litúrgicas en nuestra vida eclesial: hay que desarrollar otras dimensiones de acción y plantearse mucho más seriamente las acciones eclesiales que sustentan la vida litúrgica. Esto hay que entenderlo bien. Les doy un ejemplo relacionado con la Renovación Carismática Católica (por lo menos en mi Arquidiócesis): casi que se han olvidado del maravilloso instrumento de evangelización que son los Seminarios de Vida en el Espíritu y concentran su acción en las Misas de “Sanación”.
+ No debe darse ninguna acción litúrgica sin su catequesis precedente. Hay que distinguir entre catequesis y preparación previa a la celebración. La catequesis debe ser introducción al misterio cristiano que se celebra en la Liturgia. Por lo tanto no basta con unas palabritas antes de la Eucaristía o las “Misas explicadas”.
+ Hay que redescubrir la dimensión litúrgica de los períodos catecumenales o de iniciación cristiana. El Documento de Aparecida nos invita especialmente a esto:
“La iniciación cristiana, que incluye el kerygma, es la manera práctica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado. Nos da, también, la oportunidad de fortalecer la unidad de los tres sacramentos de la iniciación y profundizar en su rico sentido. La iniciación cristiana, propiamente hablando, se refiere a la primera iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de catecumenado bautismal para los no bautizados, sea en la forma de catecumenado postbautismal para los bautizados no suficientemente catequizados. Este catecumenado está íntimamente unido a los sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía, celebrados solemnemente en la Vigilia Pascual.” (DA288)
2. La liturgia es alimento para la Evangelización
La comunidad que se reúne para celebrar los misterios de Dios y alabarlo es convocada para vivir el evangelio, para llevarlo al mundo y para encontrar en la celebración la fuerza y la razón de hacerlo.
Para que esto ocurra en verdad:
+ La liturgia debe mostrar su conexión con el resto de las acciones eclesiales: hacer referencia al más allá de la celebración en la vida de la Iglesia.
+ En la liturgia debe estar incluida, de un modo especial, la problemática y la realidad misionera. Por lo pronto, se debe destacar que el “Pueden ir en paz” no significa que “ya está, ya cumplieron con Dios, vuelvan ahora la semana que viene”. Por el contrario, el saludo final es la invitación de hacer que el fruto del Espíritu, la paz (Gal 5,22), inunde los ambientes donde cotidianamente estamos: levadura, luz sal…
+ Es necesaria también una profundización continua en lo celebrado: adaptarse a los diversos miembros que participan y a los cristianos ocasionales que necesitan elementos misioneros en la misma celebración. Esto no debe dar lugar a los “inventos litúrgicos” producto de “creatividades pastorales” que tanto mal nos han hecho.
3. Hay que lograr un equilibrio entre evangelización y liturgia
Debemos tener siempre en claro que no hay antagonismo. La liturgia está incluida en la misma acción evangelizadora, siendo por una parte su resultado y por otra su origen. Esto implica un equilibrio pastoral de las y en las acciones eclesiales. El Vaticano II nos recordaba que para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión y que la liturgia no agota tampoco la vida espiritual de los creyentes (SC12).
Debemos, entonces, dar a la liturgia su puesto central en la vida de la fe y de la Iglesia. El reverso de una pastoral sacramental no evangelizadora (sacramentalista) no es una pastoral evangelizadora no sacramental, sino una pastoral auténtica.
Sobre todo esto hablaremos con más detalle hoy en nuestro programa de radio Concilium (a las 22.00 hs por FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.