Hay preguntas que están en nuestra misma naturaleza humana. Una, que puede aparecer de muchas maneras muy distintas, es la de preguntarnos que somos exactamente. Y la respuesta no es sencilla, porque el hombre es complejo. El concilio, como punto de partida de la iluminación de la realidad, comienza con una respuesta a esta pregunta tan nuestra, tan profunda.

El problema de una pregunta

El mundo moderno, más allá de sus creencias, coincide en que el centro de todo lo que hay en la tierra es el ser humano. Esto hoy lo suelen poner en duda algunas corrientes ecologistas que se olvidan de los humanos para proteger a la “madre tierra”, llegando a decir que somos el peor virus que infecta nuestro ecosistema. Pero estoy seguro que cuando algún pariente querido se les enferma se olvidan de estas teorías y corren a cuidarlo denodadamente.

El ponernos en el centro de todo hace que a veces tengamos opiniones de nosotros mismos que no son del todo acertadas. A veces nos auto-exaltamos como la regla absoluto de todo y otras veces nos deprimimos hasta la desesperación por nuestras inconsistencias. Por esto los Padres Conciliares se animar a darnos la luz de Cristo:

“La Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la Revelación divina, puede darles la respuesta que:

+ perfile la verdadera situación del hombre,
+ dé explicación a sus enfermedades
+ y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre.” (GS 12)

La fuente de la dignidad humana

El ser humano nos es una burbuja que se autoabastece para sobrevivir aislado. Nuestra identidad más profunda viene de nuestro ser en relación con lo demás. El Concilio presenta una triple relación.

1. Hijos de Dios

Nuestra condición existencial viene de nuestro origen divino. Pero no porque seamos dioses sino porque de sus manos de artesano hemos salido:

“La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador.” (GS12)

La primera enseñanza muy importante es que somos interlocutores de Dios: podemos relacionarnos con Él a través de nuestras palabras y acciones.

2. Señor de la creación

Todo lo que existe fue hecho para nosotros:

“Por Dios ha sido constituido (el hombre) señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios. “¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho inferior a los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra de tus manos. Todo fue puesto por ti debajo de sus pies” (Sal 8, 5-7).” (GS12)

Todo es para nosotros pero nosotros somos de Dios (como nos enseñara San Pablo). Por lo cual el mundo material no es el centro de la creación.

3. Hermano de los hombres

La condición social de la humanidad no es accidental. Ha sido querida por el Señor al crearnos:

“Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo varón y mujer (Gn 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.” (GS12)

La pareja humana de varón y mujer y la vida en comunidad (sociedad) aparecen así como dos datos queridos por el Creador, hasta el punto de afirmar que “miró cuanto había hecho, y lo juzgó muy bueno” (Gn 1,31)

Pero no todo es un romance

La antropología que brota de la Revelación es realista. La podríamos definir como la de un “pesimismo optimista”. Pesimismo porque se constata la presencia de lo malo en y entre nosotros. Optimista porque eso tiene solución (a dicha solución le decimos “redención”).

El origen está en los mismos principios de la humanidad:

“Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios. Obscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador. Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador.” (GS13)

Esto trae como consecuencia el desorden de la triple relación en la cual situamos nuestra existencia:

“Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.” (GS13)

Lo cual nos sitúa en medio de un combate espiritual:

“Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (cf. Io 12,31), que le retenía en la esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud.”(GS13)

El ser humano es creado y caído. Pero la verdad última es la de la redención, que presentaremos cuando nos toque hablar del N° 22 de este documento.

Todo esto y un poco más…

Esta noche en mi programa de radio Concilium. Lo pueden escuchar por la FM Corazón (104.1 de Paraná) de 21.30 a 23.00 hs..Todos los escritos anteriores de esta serie (en su tercer año de emisión) están alojados en la pestaña Concilium.