En este año he bendecido varias casas que estaban afectadas por apariciones, cosas que se movían o malos olores (hasta la Comisaría de esta zona fue asperjada con agua bendita). Y todo esto ocurre en la misma zona del barrio. No es coincidencia ya que allí hay un culto umbanda, dos tiradoras de cartas y varias curanderas de las que se dedican hacer “trabajos” y otros pachichíes… Y si… cuando se lo invoca el “malvado” actúa…
La presencia del demonio existe
Hoy, hurgando en la búsqueda de otros materiales, me encontré con este documento que la Sagrada Congregación de la Fe encargó a un experto para tenerlo como base segura para reafirmar la doctrina del Magisterio acerca del tema “Fe cristiana y demonología”. Si bien es del año 1976, es muy digno de leer para quién quiere informarse del tema.
Hace un estudio sobre lo que afirma el Nuevo Testamento (enmarcándolo en el contexto de la época de Jesús), la doctrina general de los Padres de la Iglesia (es decid, de los primeros escritores católicos) y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. No voy a reproducir su contenido ya que lo pueden leer directamente desde el link que les puse más arriba. Pero si les comparto, en primer lugar, las palabras introductorias:
“A lo largo de los siglos la Iglesia ha reprobado las diversas formas de superstición, la preocupación excesiva acerca de Satanás y de los demonios, los diferentes tipos de culto y de apego morboso a estos espíritus; sería por esto injusto afirmar que el cristianismo ha hecho de Satanás el argumento preferido de su predicación, olvidándose del señorío universal de Cristo y transformando la Buena Nueva del Señor resucitado en un mensaje de terror. Ya San Juan Crisóstomo declaraba a los cristianos de Antioquía: ‘No es para mí ningún placer hablaros del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere será para vosotros muy útil’. Efectivamente, sería un error funesto comportarse como si nada tuvieran que enseñarnos las lecciones de la historia y considerar que la Redención ha surtido ya todos sus efectos sin que haga falta empeñarse en la lucha de la que nos hablan el Nuevo Testamento y los maestros de vida espiritual.”
Y luego de estudiar como se lo ha percibido al correr de los siglos, concluye:
“No obstante esto, la Iglesia, fiel al ejemplo de Cristo, cree que la exhortación del apóstol San Pedro a la «sobriedad» y a la vigilancia es siempre actual (1 Pe 5,8). Ciertamente, en nuestros días conviene defenderse de una nueva «embriaguez». Pero el saber y la potencia técnica también pueden embriagar. Hoy día el hombre se siente orgulloso de sus descubrimientos, y, muchas veces, justamente. Pero en nuestro caso, ¿está seguro de que sus análisis han esclarecido todos los fenómenos característicos y reveladores de la presencia del demonio? ¿No queda ya nada problemático en este punto? El análisis hermenéutico y el estudio de los Padres, ¿habrían allanado la dificultades de todos los textos? Nada hay menos seguro. Ciertamente, en otros tiempos hubo cierta ingenuidad al temer encontrar algún demonio en cada encrucijada de nuestros pensamientos. Pero, ¿no sería igualmente ingenuo hoy pretender que nuestros métodos digan pronto la última palabra sobre la profundidad de las conciencias, donde se interfieren las relaciones misteriosas del alma y del cuerpo, de lo sobrenatural, de lo preternatural y de lo humano, de la razón y de la revelación? Porque estas cuestiones se han considerado siempre vastas y complejas. En cuanto a nuestros métodos modernos, éstos, como los de los antiguos, tienen límites que no pueden traspasar. La modestia, que es también una cualidad de la inteligencia, debe conservar sus fueros y mantenerse en la verdad. Porque esta virtud —aun teniendo en cuenta el futuro— permite desde ahora al cristianismo dejar sitio a la aportación de la revelación, o más brevemente, a la fe.
A esta fe, en realidad, nos conduce de nuevo el apóstol San Pedro cuando nos invita a resistir, ‘fuertes en la fe’, al demonio. La fe nos enseña, en efecto, que la realidad del mal ‘es un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor’, y sabe también darnos confianza, haciéndonos saber que el poder de Satanás no puede traspasar los límites que Dios le ha marcado; nos asegura igualmente que, aunque el diablo es capaz de tentarnos, no puede arrancarnos nuestro consentimiento. Sobre todo, la fe abre el corazón a la plegaria, en, la cual encuentra su victoria y su coronación, haciéndonos triunfar sobre el mal gracias al poder de Dios.
Es cierto que la realidad demoníaca, testificada concretamente por aquello que llamamos el misterio del Mal, permanece todavía hoy como un enigma que envuelve la vida cristiana. Nosotros no sabemos mucho mejor que los apóstoles por qué el Señor lo permite, ni cómo lo usa para sus designios; pero podría suceder que, en nuestra sociedad, prendada por el horizontalismo secular las explosiones inesperadas de este misterio ofrezcan un sentido menos refractario a la comprensión. Estas obligan al hombre a mirar más lejos, más alto, más allá de las evidencias inmediatas; a través de las amenazas y de la prepotencia del mal, que impiden nuestro caminar, nos permiten discernir la existencia de un más allá que hay que descifrar, y volvernos hacia Cristo para escuchar de Él la Buena Nueva de la salvación ofrecida como gracia.”
No dejarle la puerta abierta
Es interesante la primera nota del texto porque, en un estudio de lo que se dio en la Sagrada Escritura y en la historia de la Iglesia, nos ayuda a tomar conciencia de cosas que nos parecen inocentes o que no nos producen ningún daño espiritual. He puesto algunas palabras en negrillas para que descubramos allí las cosas que, todavía, seguimos haciendo hoy:
“La actitud firme de la Iglesia frente a la superstición tiene ya una explicación en la severidad de la ley de Moisés, aunque ésta no estaba motivada formalmente por la conexión de la superstición con los demonios. Así, Ex 22, 17, condenaba a muerte, sin más explicación a quién practicaba la magia; Lev 19, 26 y 31, prohibía la magia, la astrología, la nigromancia y la adivinación; Lev 20, 27, añadía la invocación de los espíritus. Dt 8, 10, condenaba a la vez a los adivinos, astrólogos, magos, hechiceros, encantadores, invocadores de fantasmas y de espíritus y a quienes consultaban a los muertos. En Europa, durante la alta Edad Media, quedaban todavía muchas supersticiones paganas, como se deduce de los discursos de S. Cesáreo de Arles y de S. Eloy, del «De correctione rusticorum», de Martín de Braga, de los elencos contemporáneos de supersticiones (cfr. «P. L.», 89, 810-818) y de los libros penitenciales. El I Concilio de Toledo (Denz-Sch., 205), y después el de Braga (Denz-Sch., 459) condenaron la astrología, como hizo también el Papa San León Magno en la carta a Toribio de Astorga (Denz-Sch., 483). La Regla IX del Concilio de Trento prohíbe la quiromancia, nigromancia, etc. (Denz-Sch., 1859). La magia y la hechicería provocaron por sí solas bastantes Bulas Pontificias (de Inocencio VIII, León X, Adriano VI, Gregorio XV, Urbano VIII) y muchas decisiones de Sínodos regionales. Sobre el magnetismo y el espiritismo tratará, sobre todo, la carta del Santo Oficio del 4 de agosto de 1856 (Denz-Sch., 283-285).”
Hagamos el esfuerzo para darnos cuenta como lo que está en negrilla ocurre en nuestros propios barrios, muy cercano a nosotros. Creo que si hacemos el ejercicio nos sorprenderá su resultado.
Líbranos del mal
Darnos cuenta de la presencia del maligno no debe hacernos tener miedo. Al contrario. Ha sido vencido por la muerte y resurrección de Cristo. Y hay victoria en todo creyente que confía en el poder del Resucitado que obra en nuestros corazones: el Santo Espíritu que recibimos en el bautismo, la confirmación y que nos renueva en cada confesión. Y mucha más victoria hay cuando la Presencia de Jesús se hace uno con nosotros en la Comunión Eucarística de su Hostia Consagrada. Desde esta confianza entablamos el combate espiritual.
Jesús también nos enseñó a rezar con la confianza de los hijos de Dios. Ponernos en las manos del Padre haciendo su voluntad y pedir tres cosas muy importantes para nuestra vida cotidiana: el pan de cada día, la capacidad de vivir el misterio del perdón y la liberación del mal. Que esta oración de Jesús esté siempre en nuestros labios para tener un escudo seguro frente a las insidias del enemigo.
Yo no diría nada acerca del demonio. El demonio es viejo, es historia. VENCIMOS