Hoy se celebra la fiesta del Bautismo del Señor. Se recuerda el momento en el cual Jesús se sumerge en las aguas del río Jordán y, en ese mismo momento, el Espíritu Santo desciendo sobre el en forma de paloma y se escucha desde el cielo la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puesta toda mi predilección”. En ese momento Jesús es llevado a la etapa pública de su misión.
Con la celebración de este acontecimiento la Iglesia pone fin al tiempo de la Navidad. Muchas fiestas se fueron sucediendo durante los últimos veinte días: la navidad, la muerte de los santos inocentes, Santa María Madre de Dios, la Sagrada Familia, la epifanía o fiesta de los reyes magos como se la conoce popularmente. En todas ellas el misterio de Dios que se hace cercano en Belén hasta manifestarse a todos los hombres de distintas maneras.
Si tuviéramos que elegir una frase que resumiera todo este tiempo de la Navidad, esa sería la que está en el prólogo del Evangelio de San Juan: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Esa Palabra es el Dios eterno que pronuncia su verbo de verdad sobre los hombres para que nosotros pudiéramos transitar el camino de la eternidad.
Y permítannos hacer una reflexión sobre este tema, desde un ángulo totalmente distinto a la navidad pero en el espíritu que la Palabra eterna del Dios Vivo nos regala.
En estos días hemos meditado profundamente sobre el valor de la palabra en nuestra cultura cotidiana. Asombra como la palabra dada, en distintos grados, va perdiendo su valor. En la época de nuestros colonos abuelos, darse la palabra y estrecharse luego la mano era suficiente para sellar cualquier trato. Y si uno luego salía perdiendo, no olvidaba que la palabra había sido empeñada y por lo tanto se la debía cumplir, cueste lo que cueste.
Hoy la palabra no tiene valor si no va acompañada de un documento escrito y, mejor aún, firmado frente a un Escribano Público. Y, aún así, muchas veces no se cumple y hay que recurrir a los abogados y jueces para solucionar los problemas que se ocasionan por la doblez de intenciones.
¿Y en la vida cotidiana? No hablaremos en este momento de las mentiras, que disfrazamos de “piadosas” para calmar nuestra conciencia. Tampoco queremos hacer referencia a las promesas hechas en tiempos electorales y olvidadas el día después de los comicios. No.
Pensemos más bien las veces que comprometemos nuestra palabra para hacer algo y luego nos borramos dejando al otro plantado. O en esa costumbre tan nuestra de citar a alguien a un horario y llegar mucho más tarde. Cuando jugamos con estas y otras conductas semejantes, nuestra palabra pierde su valor y se degrada. Y así deja de ser verdad lo que sale de nuestros labios. Desde allí nace la desconfianza que tanto nos caracteriza y por eso necesitamos dejar todo por escrito y firmado.
Por esto nos parece importante la cita del Evangelio de San Juan: “la Palabra se hace carne y habita entre nosotros”. Dios se juega con los hombres pronunciando su verbo de amor sobre sus criaturas y es fiel a lo que ha afirmado, hasta derramar su sangre por nosotros. Que este espíritu de la Navidad nos gane el corazón y guíe las palabras que pronunciamos cada día.

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