Ahora que las aguas se han calmado y no se va a tachar de partidario a mi discurso, quisiera decir unas pocas líneas acerca del tema de Misiones y su reforma constitucional. Una reflexión que desea aplicar la Doctrina Social de la Iglesia a nuestra situación concreta.

En la pequeña provincia del norte argentino muchas cosas ocurrieron. Muchas cosas que nos deben hacer pensar a los argentinos. En primer lugar, una manera asquerosa de parte de ese gobierno provincial para encarar las elecciones. Disculpen el adjetivo, pero no encuentro otro término. Es la “vieja política”, como se suele decir. La “vieja política” que quisimos desterrar de nuestra patria con los cacerolazos del 2001. En pocas palabras: el arribar al poder por el voto de la gente y, desde allí, el deseo de perpetuarse en él a través de la violencia. Porque es violencia quemar Iglesias así como prohibir que funcionarios públicos (policías) participen de la Misa dominical. Pero también es violencia comprar votos a través de bolsones o minicréditos. También es violencia fraguar documentos y hacer votar a muertos y paraguayos… No es necesario que diga más cosas: ustedes la conocen mejor que yo a través de todos los noticiarios nacionales. Desgraciadamente esta violencia es con un solo fin: perpetuarse en el poder. Justamente para eso se quería modificar allí un solo articulo de la constitución de esa provincia. Por esto ha sido una gran manifestación de civismo la que ha ocurrido por aquellos pagos.

Más allá de todo esto, quisiera referirme sobre todo a otro tema: el fracaso de la Iglesia. Sí, así como lo lee. Vamos por partes.

En primer lugar, creo que es muy loable la actitud de los pastores de esa provincia. Mons. Martínez en su respuesta al presidente. Respuesta escuchada pero no contestada oficialmente. Junto a esto, los de Mons. Piña. El aceptar ser el elemento aglutinante en la defensa de la institucionalidad de esa provincia es de destacar. Su actitud seguramente está signada por su entrega a Jesús y a su mensaje que humaniza al hombre, a todo el hombre. Por esto es digno de aplaudir por lo que ha hecho. Como es digno de aplaudir el que se haya comprometido en el ámbito de la política institucional sin entrometerse en la política partidaria. De hecho, como él mismo ha dicho, su tarea finaliza con la finalización de la Asamblea Constituyente.

Pero, lo que lamento es el fracaso del papel de los laicos en esas tierras. No es función de obispos y clero encabezar o integrar listas. Es una tarea eminentemente laical la de transformar este mundo de acuerdo a la voluntad del Altísimo. Desde el dialogo y la participación, los laicos están llamados a impregnar sus ambientes con el buen aroma de los Valores del Evangelio. Cuando el clero se mete a militar es porque los laicos no están o están atemorizados o se encierran en la sacristía. Ellos mismos lo dijeron: “Nuestras palabras y acciones no buscan reemplazar a ningún actor ni responsable social o político, a quienes respetamos en el ejercicio de su vocación al servicio del bien común.” (CEA, 28/10/02). La tarea es concreta: “ni la llegada al país de nuevas sumas de dinero, ni las reformas de las instituciones, ni el recambio político, serán suficientes para construir una nueva Nación. Estas soluciones serán estériles sin una fuerte pasión por desarrollar en cada ciudadano las más valiosas actitudes sociales. Sólo así se podrá transformar la cultura nacional y entretejer un bien común cargado de bondad, verdad y justicia que nos devuelva el gusto de ser argentinos.” (idem)

Es a ese compromiso con la realidad que nos exhortaban nuestros pastores antes de la crisis del 2001: “¡Queridos hermanos y hermanas! Animémonos a una esperanza solidaria y operativa que, arraigada en la fuerza del Bautismo, enfrente los problemas de cada uno, del vecino, del compañero de trabajo, del barrio, de la ciudad, de la propia Provincia, de la Nación entera. Un auténtico espíritu cristiano implica esfuerzo creativo. Más que lamento es aliento, más que pesimismo es una confianza generosa que no se deja vencer. No espera pasivamente el cambio, se compromete con él. Actúa con la pasión de quien espera, lleno de magnanimidad y de arrojo. La fe en Cristo muerto y resucitado nos obliga a ser protagonistas de la historia mediante una vida fundamentada en la verdad, la justicia, el amor y la solidaridad. Este es el camino para ser cada día más santos. Frente a esta civilización, que tiene muchos rasgos de egoísmo y violencia, y que - a través de sus diversos lenguajes - pretende destruir nuestra dignidad de hijos de Dios, quitarnos la moral y enfrentarnos unos a otros, les recordamos el ideal de santidad que nos propuso Jesús: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). Cada una de las comunidades cristianas debe impulsar a todos sus miembros por el camino de la santidad cristiana. Este camino implica un compromiso por el bien común: “no podemos ser peregrinos del cielo si vivimos como fugitivos de la ciudad terrena”. Esto exige asumir la propia responsabilidad en la sociedad y entraña una actitud de conversión”. (CEA 17/11/01)

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One Comment

  1. 1. mingo - Noviembre 4, 2006[Edit]

    Fabian, muy bueno tu comentario. Es verdad todas esas preguntas, teniendo colegios, universidades, encuentro dominical con mucha gente cada domingo, no se pueden encontrar laicos realmente comprometidos. Donde están los miles y miles de alumnos de nuestros colegios? los profesionales de las Universidades Católicas?