El misterio

La caracterización de lo numinoso como tremendo es solo la antesala de su identidad más profunda. El temor que nos intenta hacer huir es por haber intuido que estamos frente a algo que va más allá de lo pequeño y limitado de nuestra experiencia cotidiana. La intuición de su majestad nos presenta algo que es chocante por que es, sobre todo, algo extraño, lejano. Otto denomina a esto encontrarse con el misterio. Y lo describe así:

“El misterio por sí solo, separado de lo tremendo, puede ser designado con mayor exactitud por la palabra mirum o mirahile (admirable). Mirum no es todavía admirandum (que debe admirarse). La transformación de aquél en éste se opera merced al poder fascinante y al carácter augusto del numen... Todavía mirum no equivale a admirar, sino tan sólo a asombrarse, sorprenderse. Asombrarse en su verdadero sentido; porque éste, al principio, es un estado de ánimo que se manifiesta exclusivamente en la esfera de lo numinoso, y sólo en la forma más desvaída y generalizada, que llamamos asombro, se transfiere y pasa a otras esferas…

Sí ahora buscamos un nombre para designar la reacción específica que provoca el misterio, lo mirum, en el ánimo del hombre, tampoco encontramos en este caso más que una denominación, que se aplica igualmente a un estado natural y que, por lo tanto, ha de tomarse a manera de símil o analogía: es el stupor. Stupor es claramente distinto de tremor. Significa el asombro intenso, el pasmo, el quedarse con la boca abierta. Misterio, en su acepción general (y por tanto más desvaída), significa solamente lo extraño, lo que no se comprende y no se explica. En consecuencia, es también un concepto tomado de la esfera de los sentimientos naturales del hombre, y que, gracias a cierta analogía, se nos ofrece como designación para aquello a que nos referimos, sin expresarlo íntegramente. Pero el misterio religioso, el auténtico mirum es — para decirlo acaso de la manera más justa — lo heterogéneo en absoluto, lo thateron, anyad, alienum, lo extraño y chocante, lo que se sale resueltamente del círculo de lo consuetudinario, comprendido, familiar, íntimo, oponiéndose a ello, y, por tanto, colma el ánimo de intenso asombro” (35-36).

Eso “totalmente otro” a mi supone un camino de despojarme de mis ideas, de mis conceptos, de mis imaginaciones. No es el viejito de la barba blanca o el buen amigo que me acompaña en mi camino. Está “allá” donde yo no puedo subir, ni escalar ni, siquiera, asomarme.

Otto habla de la evolución histórica que se tiene (o puede tener) frente a esta experiencia:

“En ella se señalan tres grados: el de simple sorpresa, el de paradoja y el de antinomia.

Lo mirum, por ser lo «absolutamente heterogéneo», es, desde luego, inaprehensible e incomprensible; lo akatalepton, como decía Crisóstomo, aquello que escapa a nuestros «conceptos», porque trasciende de todas las categorías de nuestro pensamiento. No sólo las rebasa, no sólo las hace ineficaces, sino que, en ocasiones, parece ponerse en contraposición a ellas y derogarlas y desbaratarlas.

Entonces este aspecto del numen, además de incomprensible, se convierte en paradójico; porque no está ya por encima de toda razón, sino que parece ir contra la razón. La forma extrema de esto es la que llamamos antinomia, que es aún más que la paradoja. Pues no solamente se producen en este grado afirmaciones contrarias a la razón, a los criterios racionales y a las leyes del pensamiento, sino que, además, esas afirmaciones no conciertan entre sí y enuncian respecto a su objeto opposita; es decir, predicados opuestos que parecen estar en antagonismo inconciliable e irresoluble.

El mirum se presenta aquí en su forma más cruda ante el humano afán de comprender. No sólo inaprehensible para nuestras categorías, no sólo incomprensible por su dissimilitas (disimilitud) que trastorna, deslumbra, angustia y pone en peligro la razón, sino definido simultáneamente por atributos contrarios, que se excluyen y contradicen.

Si nuestra teoría es cierta, estas dos manifestaciones extremas han de encontrarse con preferencia en la teología mística” (41).

Lo que nosotros designamos como adoración tiene este componente básico: no puede adorar quién no experimentó el misterio.

(Esta serie comenzó aquí y continúa…)

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2 Comments

  1. Precioso ....¿sería lo mismo decir que lo místico es entrar en el misterio?

    1. Sí. Pero hay que hacer una salvedad: estamos hablando de la percepción de un ser humano común y corriente. Y, sobre todo, estamos hablando de la percepción de destellos del misterio. Para tener una experiencia mística no solamente hay que percibir el misterio sino tener la posibilidad de entrar allí. Esto hace que no cualquier ser humano pueda hacerlo: se necesita una Puerta y una invitación. Y sólo hay una puerta posible (o camino). Por lo cual, si no entramos por esa puerta, contemplamos desde lejos con la nostalgia de algo a lo cual no podemos ingresar. Esta es la novedad cristiana: pero no me quiero adelantar... vamos de a poco, todavía faltan algunos aspectos más para desarrollar. Estamos en el momento de comprobar, simplemente, que el destello de lo numinoso puede ser percibido por cualquiera en cualquier tiempo, lugar y cultura.