Un ofendido le echa en cara a David todo lo mal que ha obrado.
David descubre en esto la Palabra de Dios que le recrimina sus maldades.
Por eso acepta con humildad y no responde ni con auto-justificación o violencia al mensajero.
Nosotros muchas veces nos auto-justificamos de nuestras maldades.
Buscamos miles de excusas que nos dejen bien parados frente a los demás y a nuestra conciencia.
La conversión comienza por aceptar el mal que he realizado y decidirme a cambiar.
“Quizá el Señor mire mi humillación y me devuelva la felicidad.”
Una reflexión del texto: 2° Samuel (16,12)
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