Ya hemos visto que en la base de la vida de la comunidad se encuentra el bien común. Y que este es un proceso complejo que tienen como eje los derechos de la persona, o los derechos humanos si los queremos llamar así. Hoy nos detenemos en la cualidad esencial para que esto sea posible: el respeto.

El respeto a la persona humana

Los cristianos no discutimos que la esencia de nuestra vida de fe está en el amor a Dios sobre todas las cosas. Tampoco que el segundo mandamiento es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12, 19-31). En lo concreto esto se debe manifestar con acciones de la vida de cada día:

“Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma de cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro.

En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicieron eso a uno de estos mis hermanos menores, a mi me lo hicieron. (Mt 25,40).” (GS 27)

Y… si necesitan que se les explique… pues los Padres Conciliares lo explicaron:

Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.” (GS 27)

Si algunas de estas cuestiones no son respetadas, entonces no se puede decir que se está viviendo en una sociedad justa, en una sociedad que tiene como principio el bien común para organizarse.

El respeto y amor a los adversarios

Cuando a Jesús le preguntaron sobre la identidad del prójimo contó a los judíos una parábola sobre un herido curado por la misericordia de un enemigo: un samaritano. El bien común supone también el respeto al distinto.

Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.” (GS 28)

Luego trae una distinción interesante que nos invita a jugarnos por la verdad y el bien en le respeto a la persona que no lo profesa. Hay muchos que se han sorprendido de que el papa Francisco diga “¿quién soy yo para condenar a un homosexual?” Creo que deberíamos leer lo que enseña el Concilio para entender lo que dijo, lo que afirmó y lo que no dijo en esa frase tan famosa:

Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa. Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás.” (GS 28)

Claro que el cristiano tiene que ir más allá de la no agresión:

“La doctrina de Cristo pide también que perdonemos las injurias. El precepto del amor se extiende a todos los enemigos. Es el mandamiento de la Nueva Ley: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo". Pero yo os digo : "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y orad por lo que os persiguen y calumnian"» (Mt 5,43-44).” (GS 28)

En verdad… la comunidad fundada en la búsqueda del bien común es un trabajo que demanda toda una vida… un largo y complejo proceso. ¿No?