Hace un mes los Obispos de la Argentina nos escribían una carta en la cual se tocaban los temas de la vida cotidiana que se iluminan a través de las enseñanzas de Jesús. Es lo que se ha dado a llamar la Doctrina Social de la Iglesia. En ese escrito nos recordaron los cinco principios y los cuatro valores que deben animar la vida ciudadana de cada ciudadano que se dice discípulo de Jesús.

La cuarta columna de la Doctrina Social de la Iglesia es la “Participación”. Esta, nos dicen nuestros Obispos, “es una “consecuencia característica de la subsidiaridad, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. Es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. No puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social”. “La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia”.

En nuestro país la participación se nota en el “satisfactorio índice de los votantes y aumenta la participación en la sociedad civil: centros vecinales, clubes, ONG de todo tipo, colegios profesionales…”

Aunque los Obispos reconocen que hay también muchos signos negativos: “se exigen derechos, pero no siempre se conocen ni cumplen los deberes. Que el pueblo no interviene en el gobierno sino por sus representantes: es un principio que muchas veces se interpreta mal. Se piensa que los deberes del ciudadano se agotan en el acto eleccionario. Cumplido éste, muchos se despiden de su ciudadanía hasta la próxima elección. No son conscientes que a la salida del cuarto oscuro los aguarda la vida cotidiana con una multitud de otros deberes ciudadanos, de diverso grado, pero todos necesarios para actuar como ciudadano y construir la República: desde no cruzar el semáforo en rojo, no hacer ruidos molestos, cuidar la limpieza de los espacios públicos, realizar bien el trabajo, pagar los servicios e impuestos, exigir cuentas de su recta administración, hacer con responsabilidad la propia opción partidaria, respetar la ajena, entablar un diálogo democrático con ella. Y así, hasta el cumplimiento de deberes más graves, como postularse para un cargo público, y, si fuere el caso, hacer juicio político a la autoridad constituida. Olvidan que el cumplimiento de estos deberes es la respuesta necesaria a la sociedad, la cual defiende y promueve los derechos de los cuales gozan. No sin razón se ha dicho que los argentinos somos 37 millones de habitantes, pero no logramos ser 37 millones de ciudadanos. El habitante usufructúa la Nación y sólo exige derechos. El ciudadano la construye porque, además de exigir sus derechos, cumple sus deberes.”

Todo esto, que nos han enseñado nuestros obispos, durante esta semana lo hemos tenido en mente de una manera muy especial. Hace menos de dos meses hubo una elección legislativa. Muchos proyectos y muchas personas se presentaron. Muchos votantes ejercieron su derecho y su deber de sufragar. Y ganó quién gano y perdió el que perdió. Elegimos a nuestros representantes para que, en nombre de cada uno de nosotros, hicieran leyes que permitan hacernos crecer en la prosperidad de la justicia social.

Con cuanto desagrado hemos visto que muchos desprecian el mandato popular. Están los que no asumen porque prefieren continuar en un cargo ejecutivo o aceptan ofrecimientos de embajadas, aunque luego lo rechacen. Están los que se cambian de bancada, sumándose al que tiene ideas opuestas a las que predicó durante la campaña. Están los que no pueden ingresar a la Cámara porque sus pares no le aprueban el certificado que consiguió con muchos votos.

Y estamos nosotros, los que queremos participar, pero nuestros dirigentes con sus actos nos defraudan y desilusionan. A pesar de todo, como cristianos no debemos bajar los brazos. Participar en la vida social para el cristiano no es una opción. Es hacer realidad la Palabra de Jesús que nos enseña a ser levadura en la masa y transformar así lo que nos rodea. De cada uno de nosotros depende.

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