No es idolatría ni es invento de la Iglesia. Tiene su raíz en la mismísima Palabra de Dios revelada para nuestra salvación. Esto hay que aclararlo de una porque es la condenación que levantan sobre nosotros las comunidades evangélicas nacidas a la luz de la reforma de 1.500 en adelante. Muchas de esas comunidades que nos culpan a los católicos son sectas. Otras son Iglesias que no tienen la plenitud de los medios de salvación pero con las cuales tenemos dialogo. No hay lugar a dudas que el culto a los santos es uno de los temas más delicados del ecumenismos con este grupo de hermanos separados. Por eso es muy interesante ver los criterios que la Iglesia tiene con respecto a este tema. Antes que nada, para que lo tengamos en claro nosotros los católicos.
Recordemos como viene el hilo del pensamiento de la Constitución Dogmática Lumen Gentium al respecto. Primero meditamos sobre la “índole escatológica de la Iglesia peregrina” y luego sobre la “comunión de los santos” (para quienes no recuerden de que se trata, pueden visitar los link para refrescar el contenido). Es lógico que ahora nos preguntemos sobre nuestra relación con la Iglesia gloriosa, la que ya está en el cielo. ¿Tenemos relación con ellos? Ya dijimos que sí. ¿Podemos tributarles algún tipo de culto? ¿De qué manera? Las respuestas la dieron todos los Obispos del mundo reunidos en Concilio. Dejémonos enseñar por ellos.
Lo primero que hacen es constatar cómo se dio el tema en la historia:
“La Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, «porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 Mac 12, 46). Siempre creyó la Iglesia que los Apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre, nos están más íntimamente unidos en Cristo; les profesó especial veneración junto con la Bienaventurada Virgen y los santos ángeles e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos pronto fueron agregados también quienes habían imitado más de cerca la virginidad y pobreza de Cristo y, finalmente, todos los demás, cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos carismas divinos los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles.”(LG50)
Lo primero que debemos notar es que hay una cita bíblica y es del Antiguo Testamento. En el Segundo libro de los Macabeos se cuenta un acto de culto con respecto a los difuntos. Lo segundo, que al hablar sobre los primeros tiempos cristianos hace una llamada que nos invita a fijarnos en las “innumerables inscripciones en las catacumbas romanas”. Por lo tanto, ni es un tema nacido con la Iglesia ni es un tema de estos últimos tiempos.
Con este tema aclarado, nos recuerdan que fijar la mirada en la inmensidad de testigos ejemplares ayuda a crecer en la fe.
“Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hb 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio.”(LG50)
No es un ejemplo de virtudes humanas las que nos transmiten sino que son el reflejo de la Gloria de Dios vivida en lo cotidiano de la vida. Es la mirada con la cual la Iglesia se acerca a la vida de los santos. Pero también hay otra certeza: quienes ya partieron y están en el cielo no nos abandonan:
“Veneramos la memoria de los santos del cielo por su ejemplaridad, pero más aún con el fin de que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio de la caridad fraterna (cf. Ef 4, 1-6). Porque así como la comunión cristiana entre los viadores nos acerca más a Cristo, así el consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien, como de Fuente y Cabeza, dimana toda la gracia y la vida del mismo Pueblo de Dios. Es, por tanto, sumamente conveniente que amemos a «los amigos y coherederos de Cristo, hermanos también y eximios bienhechores nuestros; que rindamos a Dios las gracias que le debemos por ellos; que los invoquemos humildemente y que, para impetrar de Dios beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que es el único Redentor y Salvador nuestro, acudamos a sus oraciones, protección y socorro».”(LG50)
Luego ponen el criterio que todo católico que verdaderamente practique su fe nunca debe olvidar:
“Todo genuino testimonio de amor que ofrezcamos a los bienaventurados se dirige, por su propia naturaleza, a Cristo y termina en El, que es «la corona de todos los santos», y por El va a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado.”(LG50)
En otras palabras, la posibilidad de un cierto tipo de culto a los santos no los coloca a ellos en el centro. Eso sería idolatría y está condenada como un pecado grave por el Catecismo (2112/2114). El centro de todo acto de culto es Cristo y, a través de Él, Dios Padre. El culmen del culto cristiano es la Misa, la Eucaristía. Allí se pone de manera ejemplar lo que es el verdadero culto a los santos:
“La más excelente manera de unirnos a la Iglesia celestial tiene lugar cuando (especialmente en la sagrada liturgia, en la cual «la virtud del Espíritu Santo actúa sobre nosotros por medio de los signos sacramentales») celebramos juntos con gozo común las alabanzas de la Divina Majestad, y todos, de cualquier tribu, y lengua, y pueblo, y nación, redimidos por la sangre de Cristo (cf. Ap 5, 9) y congregados en una sola Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza a Dios Uno y Trino. Así, pues, al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unirnos al culto de la Iglesia celestial, entrando en comunión y venerando la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María, mas también del bienaventurado José, de los bienaventurados Apóstoles, de los mártires y de todos los santos.”(LG50)
Pero puede haber desviaciones en la práctica concreta de los fieles cristianos. Por eso el Concilio enseña aspectos a tener en cuenta para no caer en el error, que en este caso sería idolatría. Para eso pide que fijemos la mirada en los excesos (la cizaña) pero sin llegar a podar lo bueno que existe (el trigo):
“Este sagrado Sínodo recibe con gran piedad la venerable fe de nuestros antepasados acerca del consorcio vital con nuestros hermanos que se hallan en la gloria celeste o que aún están purificándose después de la muerte, y de nuevo confirma los decretos de los sagrados Concilios Niceno II, Florentino y Tridentino. Al mismo tiempo, en fuerza de su solicitud pastoral, exhorta a todos aquellos a quienes corresponde para que, si acá o allá se hubiesen introducido abusos por exceso o por defecto, procuren eliminarlos y corregirlos, restaurándolo todo de manera conducente a una más perfecta alabanza de Cristo y de Dios.”(LG51)
Parte de poner la mirada en lo esencial de este culto:
“Enseñen, pues, a los fieles que el verdadero culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor activo, por el cual, para mayor bien nuestro y de la Iglesia, buscamos en los santos «el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión».”(LG51)
Para continuar recordando que no es el culto a los santos lo central de nuestra vida religiosa de alabanza:
“Pero también hagan comprender a los fieles que nuestro trato con los bienaventurados, si se lo considera bajo la plena luz de la fe, de ninguna manera rebaja el culto latréutico tributado a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu, sino que más bien lo enriquece copiosamente.”(LG51)
Termina recordando que estamos llamados a la comunión con estos hermanos que hoy son santos. Cuando llegue nuestro momento de entrar en la Gloria, si lo merecemos, entonces seremos parte de esa misma Asamblea que alaba al Único y Eterno:
“Porque todos los que somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo (cf. Hb 3,6), al unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza de la Trinidad, secundamos la íntima vocación de la Iglesia y participamos, pregustándola, en la liturgia de la gloria consumada. Cuando Cristo se manifieste y tenga lugar la gloriosa resurrección de los muertos, la gloria de Dios iluminará la ciudad celeste, y su lumbrera será el Cordero (cf. Ap 21,23). Entonces toda la Iglesia de los santos, en la felicidad suprema del amor, adorará a Dios y «al Cordero que fue inmolado» (Ap 5, 12), proclamando con una sola voz: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, gloria, imperio por los siglos de los siglos» (Ap 5, 13).”(LG51)
Sobre todo esto hablaremos hoy en nuestro programa de radio Concilium (a las 22.00 hs por FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.