Hoy domingo tenemos una doble fiesta. Por un lado, es el día destinado a honrar a Dios y reponer fuerzas a través del descanso vivido en familia.
Por otra parte, todo el mundo celebra el día del trabajo. Fiesta que nace en honor a quienes dieron su vida por la causa de la dignidad del trabajo. Fiesta que nos hace pensar en nuestra realización como humanidad a través de la laboriosidad cotidiana. Pero que también nos debe comprometer a vivir nuestros ideales hasta dar la propia vida, si es necesario. Dar nuestra vida y no ofrendar violentamente la de los demás, como sueñan muchos ideólogos de las revoluciones y algunos nostálgicos de épocas violentas pasadas. En nuestra Argentina de hoy, protestante pero desmovilizada, el ejemplo de los trabajadores de Chicago nos recuerda que la historia se construye desde adentro, desde el compromiso, desde la capacidad de jugarse con el hermano por una sociedad justa y solidaria. Este primero de mayo debería ser un despertador que nos saque de la modorra de pensar que, en la democracia, sólo se participa votando cada dos años.
Pero también hoy es domingo, día en que los Cristianos recordamos la Resurrección de Jesús y por eso celebramos en este día el mandamiento del descanso para honrar al Dios vivo. Mandamiento que es comunión con el “sabbat”, el descanso, de Dios en el séptimo día de la creación. Y esto hoy nos puede iluminar mucho nuestras vidas. Dice el primer libro de la Biblia, en el segundo relato de la Creación, que Dios modeló al hombre desde el barro y lo puso en medio de un jardín para que lo trabajase. En el primer relato, lo mismo se dice con otras palabras: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Después Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado. Este séptimo día, podemos decir es el del descanso de Dios porque le entrega el mundo a la mejor de sus obras: nosotros. Y el hombre, así con su trabajo continúa recreando las cosas, colaborando con Dios. El trabajo no mes una maldición por el pecado, sino que es una bendición de Dios al hombre, un acto de confianza infinita en nuestras capacidades.
Si seguimos leyendo el primer libro de la Biblia, nos encontramos nuevamente con el trabajo. Pero es luego del pecado original. La maldad entra en el corazón del hombre, en sus relaciones con los demás y con las cosas. Y el trabajo se hace penoso, una carga que se debe llevar rodeada de muchas angustias y sinsabores.
La Iglesia celebra hoy, además, la fiesta de San José, el padre adoptivo de Jesús. Se le pone el sobrenombre de obrero ya que con sus manos trabajó la madera, enseñó su oficio a Jesús y mantuvo con su trabajo diario a su familia. Y Jesús, Dios hecho hombre, al laburar con sus manos vuelve a darle el verdadero sentido a esta realidad que es tan importante para nuestras vidas. Por esto, el trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas, en el espíritu de Cristo.

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