Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Corpus Christi como se le suele decir tradicionalmente. Es una fiesta que está relacionada con el Jueves Santo. Ese día, luego de la Misa, hacemos una procesión en el interior de nuestros templos. Concluye en un lugar especialmente adornado en el cual se deja expuesto a Jesús Eucaristía para la adoración de los fieles hasta la medianoche. El jueves Santo, sobre todo, es adorar y acompañar a Jesús en esos momentos de dolor, entrega y traición por parte de sus discípulos, el pueblo y los dirigentes. Dolor que en la cruz se transformará en causa de liberación para toda la humanidad. Hoy, luego de la misa principal de cada población del mundo, también habrá otra procesión. Pero esta ya no es en el interior de los templos sino por las calles de la ciudad. No sacamos a Jesús Eucaristía para que esté cerca de nuestras casas. Él no necesita que nosotros lo saquemos para estar junto a nosotros y conocer nuestras necesidades. Por el contrario. El sabe de nuestras vidas porque es el Emanuel, Dios con nosotros. Lo sacamos como signo de reconocimiento y adoración a su omnipotente majestad presente en la pobreza de la hostia consagrada. Lo sacamos, además, porque queremos manifestar públicamente aquello que creemos firmemente: en la Eucaristía está todo lo que somos y lo que queremos ser. Quien va en la custodia, rodeado de sus sacerdotes, no es algo. Es Alguien que nos ama y quiere darse para que vivamos en comunión con él y entre nosotros. Es un Dios que se entrega todo por amor sin que nosotros podamos hacer nada digno para merecer semejante amor gratuito. Sólo nos queda contemplar, admirar, adorar e imitar. En la Eucaristía Jesús se hace Pan Vivo para dar vida al mundo. Y quiere llegar son su vida a todos. En la Eucaristía el Santo de los Santos sale a nuestro encuentro. Con su presencia irradia la paz que este mundo no puede dar, porque toca el corazón y lo transforma. Para esto pide una sola cosa: “estoy a la puerta y llamo, si me abren entraré y cenaremos juntos”. El amor se da, pero no nos fuerza a recibirlo. Apela a nuestra libertad. Sólo nos pide que la pureza de Dios esté en nuestras obras. Por eso el cristiano siempre examina su conciencia antes de recibir el Cuerpo del Señor. La fiesta de Corpus Christi para nosotros es, en primer lugar, un motivo para embriagarnos con la suave fragancia del amor de un Dios que camina siempre con nosotros. Pero, esa presencia no es para alejarnos de las realidades cotidianas. Al contrario. Adorar al Dios vivo es sinónimo de imitar a Jesús en lo que el vivió y enseñó. Adorar a Jesús Eucaristía nos llena del Amor de Dios. Y esto solo se pone de evidencia cuando amamos al prójimo como a nosotros mismos. Entonces la suave fragancia del amor divino se manifiesta en nuestras obras y nosotros nos transformamos en las custodias vivientes que llevan a Jesús al trabajo, a la escuela, al deporte, a la política. Dios quiere que hoy reconozcamos su paso por nuestras calles en la Presencia Eucarística de su Hijo. Ojalá que nos abramos a su amor, que lo adoremos y caminemos junto a Él. Ojalá que esos pasos de hoy lo noten mañana todos los que nos rodean, porque en nuestras palabras y obras descubren una presencia del amor de Dios que sale al encuentro de su pueblo.
asiersan dijo...
un blog para evangelizar, muy buena idea.
4:41 PM