Otro fin de semana largo. Y van… No sé, ya he perdido la cuenta y a veces no me acuerdo de que se tratan. A veces olvido que los feriados son por algo y no por la excusa turística de tres días de vacaciones.
Escarbo profundamente en mi memoria y recuerdo que mañana, primero de mayo, se celebra el día del trabajo. O del trabajador para ser más preciso, ya que el trabajo no existe. Si existe el ser humano que con las fuerzas de su inteligencia conoce las leyes secretas que el Creador puso en la naturaleza. Y desde allí, con las manos laboriosas o con los ingeniosos instrumentos que hemos inventado, todo se transforma en materia prima que asegura nuestra supervivencia.
Pero… tener una visión tan utilitarista del trabajo puede llegar a deshumanizarlo y, por eso, despreciarlo. Olvidaremos así el sentido de algo muy importante de nuestra existencia. El trabajar no es solo para calmar las necesidades básicas y así tener un pasar por la vida más digno. Mucho más que eso, el ser humano se ve calificado como persona al poner sus manos en la obra. Esto que lo podemos entender desde la sola razón, para nosotros los cristianos se ve potenciado por la Revelación. El Dios vivo nos ha mostrado su secreto plan de amor sobre la humanidad: crea el mundo y pone en él a su criatura más sublime, nosotros, los seres humanos. Y con una misión que es un destello de su genio: se nos encomienda a través del trabajo la recreación de las cosas, el co-laborar con el Todopoderoso en la transformación de la tierra que nos ha regalado. Por eso el trabajar es mucho más que una cuestión de supervivencia. Es una cuestión de realización humana y de manifestación en nuestras vidas del amor de un Dios que confía en nosotros.
Esto se potencia aún más cuando el Dios Vivo se hace Carne, y habita en medio de nosotros, y toma el nombre de Jesús. El mismo que un día colgó del madero para abrirnos las puertas de la Vida Eterna. El mismo que varios años antes de ese acontecimiento, trabajó la madera con sus manos, en el día a día del labor cotidiano en la construcción de las casas y sus muebles. Si el Señor y Maestro lo hizo, no es porque sea malo, sino porque es muy bueno para el hombre la construcción del mundo con el fruto de sus manos. Desde todo esto surge el alegre saludo que les dirijo a todos: ¡feliz día del trabajador! Feliz día para quién en lo cotidiano colabora con el Dios vivo y se realiza como persona. Y junto a esto elevo la oración por quienes tienen las manos desocupadas del trabajo remunerado, para que pronto, por intercesión de San Cayetano, lo consigan.

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