Durante esta semana nos ha llegado la noticia de la consagración como Obispos de dos sacerdotes chinos. Como las cosas de la Iglesia en el mundo quedan para nosotros en la oscuridad y por eso no las entendemos, queremos compartir con ustedes unas palabras sobre el hecho.
Lo primero es preguntarnos que pasó en el gran país de los amarillos, dicho con todo respeto. Para eso es necesario hacer algo de historia. Desde hace muchos años en este gran país asiático hay un gobierno inspirado en la ideología comunista que, como ustedes ya saben, es atea y organiza la vida social desde el ateísmo militante. Hace cincuenta años, el gobierno comunista fundó la Asociación Patriótica, intentando suplantar a la Iglesia Católica. Los Católicos fieles al Papa se transforman en una “Iglesia Clandestina”. Esto produjo una profunda división en el seno de los católicos chinos. Y se agrava todo con el hecho que la formación teológica de los sacerdotes se da solamente en el organismo oficial permitido por el gobierno chino. Y de allí salían también los obispos que eran designados directamente por la Asociación Patriótica, sin ninguna intervención del Vaticano. Sumemos a esto las incontables persecuciones y martirios de muchos laicos, sacerdotes y obispos. Pero, a pesar de todo, muchísimos fueron fieles a la Iglesia. Hoy se calcula que hay ocho millones de fieles católicos en China, frente a los cinco millones que pertenecen a la Asociación Patriótica.
En los últimos años, el gobierno de Pekín y el Vaticano habían llegado a un acuerdo que dejaba a Roma la indicación del candidato al episcopado.
En este marco situamos la ordenaciones episcopales de los sacerdotes Giuseppe Ma Yinglin y Giuseppe Liu Xinhong, que tuvieron lugar el 30 de abril y el martes, 2 de mayo.
Estos sacerdotes, militantes de la Asociación Patriótica, fueron designados candidatos al episcopado sin ninguna intervención de la Santa Sede. Recordemos que el Código de Derecho Canónico, en su canon 1382, dice que “el Obispo que confiere a alguien la consagración episcopal sin mandato pontificio, así como el que recibe de él la consagración, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica”. Una pena latae sententiae es aquella en la que se merece en el mismo acto.
Joaquín Navarro-Valls, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, nos dio a conocer la postura del Papa frente e este triste acontecimiento. “El Santo Padre, dice, ha recibido las noticias con profundo disgusto, ya que un acto tan relevante para la vida de la Iglesia, como es una ordenación episcopal, ha sido realizado en ambos casos sin respetar las exigencias de la comunión con el Papa. Se trata de una grave herida a la unidad de la Iglesia, para la cual, como es sabido, están previstas severas penas canónicas.”
También comenta preocupado que “según las informaciones recibidas, obispos y sacerdotes han sido sometidos -por parte de organismos ajenos a la Iglesia- a fuertes presiones y amenazas, a fin de que tomaran parte en ordenaciones episcopales que, estando privadas del mandato pontificio, son ilegítimas y, además, contrarias a la conciencia de ellos. Varios prelados han opuesto un rechazo a tales presiones, mientras que algunos no han podido hacer otra cosa que soportarlas con gran sufrimiento interior. Episodios de este tipo producen laceraciones no sólo en la comunidad católica, sino también en el interior mismo de las conciencias. Se está, por lo tanto, frente a una grave violación de la libertad religiosa, a pesar de que se haya intentado, con pretextos, presentar las dos ordenaciones episcopales como un acto necesario para proveer de pastor a diócesis vacantes.”
Pero todo esto no queda aquí, ya que “si se corresponde con la verdad la noticia según la cual deberían tener lugar otras ordenaciones episcopales según la misma modalidad, la Santa Sede recalca la necesidad del respeto de la libertad de la Iglesia y de la autonomía de sus instituciones de cualquier ingerencia exterior, y desea por ello vivamente que no se repitan estos inaceptables actos de violenta e inadmisible constricción. La Santa Sede, en varias ocasiones, ha subrayado la propia disponibilidad a un diálogo honesto y constructivo con las autoridades chinas competentes para hallar soluciones que satisfagan las legítimas exigencias de ambas partes. Iniciativas como las señaladas arriba no sólo no favorecen tal diálogo, sino que crean nuevos obstáculos contra el mismo.”
Lo que hemos relatado no es un “cuento chino”. Tampoco es un problema diplomático del Estado Vaticano. Es mucho más profundo que todo esto. Es un atentado contra el derecho de los hombres a practicar el culto a Dios sin ingerencia de extraños, ya sean individuos o estados. Y mucho más triste todavía, es una nueva una herida a la unidad de la Iglesia.