“Chocolate por la noticia” me dirían aquí en la Argentina luego de poner este título. Es que es una afirmación que en la teoría enseguida aceptamos… pero nuestras prácticas cotidianas a veces están peleadas con los “papeles” de nuestras tesis preferidas. Por eso es muy bueno volver a recordar los fundamentos de esta aseveración y las conclusiones prácticas que le seguirían. Lo haremos desde lo que enseña el N° 29 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (todas las citas son de allí).
Somos iguales… pero “no tanto”
Un juego de palabras que nos ayuda a descubrir la igualdad fundamental dentro de un marco de naturales diferencias en el colectivo de los seres humanos. Partamos por lo que es la esencia misma de nuestra condición. Y, como no puede ser de otra manera, en sus fundamentos mismos de la intención creadora y redentora de Dios.
“La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino.”
Una frase en la cual se condensa todo lo que se puede afirmar. Y por ser corta no deja de ser contundente en lo que se quiere afirmar: fundamentalmente (es decir en los fundamentos, cimientos, orígenes… pongan el sinónimo que quieran) somos iguales todos los hombres. En otras palabras, no hay seres humanos de primera, segunda, tercera o cuarta categoría. Todos, sin distinción, cabemos en la misma.
Pero iguales no es sinónimos de idénticos. Existen diferencias que son comprobables a simple vista.
“Es evidente que no todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las cualidades intelectuales y morales.”
La capacidad física viene de la edad de cada uno. Pero también podemos notar diferencias que son producto de la sexualidad o de la raza a la cual uno pertenece. No es negar la igualdad fundamental de todos los seres humanos que la ciencia afirme, por ejemplo, que determinadas enfermedades sean más propensas de adquirir en determinados grupos étnicos. Simplemente nuestro cuerpo se va aclimatando (con el correr de los milenios) a las circunstancias geográficas y climáticas. Eso nos hace fuertes en determinados aspectos y más débiles en otros. Yo tengo la piel blanca por los genes que me transmitió la sangre alemana de mi mamá… así que debo cuidarme muchísimo del sol porque termino despelechándome como pared con pintura vieja. Eso no me hace ni mejor ni peor que otros… me hace distinto. O, mejor, me hace único por mis características físicas personales.
Lo de las cualidades intelectuales es también importante tenerlo presente. Sobre todo hoy que en la educación argentina se quiere igualar para abajo con la excusa de la "inclusión".
Distinguir no significa discriminar… ¿o si?
Discriminar es una palabra que se usa mucho hoy. Y tiene dos sentidos… aunque a veces lo ignoremos. Por una parte significa distinción entre personas basados en determinados aspectos o cualidades de las personas. A esta “discriminación” hacíamos referencia en la última parte del apartado anterior.
Pero, por otra parte, discriminar es hacer “acepción de personas”. Es decir, dejar a un lado o perseguir a alguien por determinadas características personales que esa persona tiene. Sobre esto último, que es una forma de NO amar al prójimo, nos advierte el Concilio:
“(…) toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino.”
Ya dijimos que el respeto al otro es una condición básica para crecer en el bien común. Y la discriminación es como un termómetro que nos permite tomar la temperatura corporal de nuestra vida social. Es que podemos tener fiebre sin darnos cuenta… Y hay mas sociedades “enfermas” de las que suponemos que existen.
Dos casos emblemáticos
El Concilio ejemplifica, sin agotar el tema, con dos cuestiones en las cuales la discriminación se hace patente. El primero está relacionado con la mujer.
“En verdad, es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre.”
El siglo XX puso a la mujer en igualdad de condiciones con el varón, por lo menos es la intención cultural de muchísimos países y culturas. Esto ha llevado a que se redefinan roles… lo cual muchas veces traen confusiones y problemas porque hay prácticas culturales milenarias detrás. Es una tarea que debe continuar, incluso hacia el interior de la Comunidad Católica.
La otra cuestión hace referencia a la manera de construir las sociedades:
“Más aún, aunque existen desigualdades justas entre los hombres, sin embargo, la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa. Resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre los miembros y los pueblos de una misma familia humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional.”
Es el gran tema del escándalo de la pobreza, de la cual no hablaremos mucho aquí. Simplemente recordaremos que es una discriminación y, por lo tanto, “contraria al plan divino”.
La necesaria “conversión social”
Frente a la discriminación no bastan ni las buenas intenciones de los discursos no las acciones individuales. Es el “todo social” y los organismos intermedios quienes deben reaccionar y actuar.
“Las instituciones humanas, privadas o públicas, esfuércense por ponerse al servicio de la dignidad y del fin del hombre. Luchen con energía contra cualquier esclavitud social o política y respeten, bajo cualquier régimen político, los derechos fundamentales del hombre. Más aún, estas instituciones deben ir respondiendo cada vez más a las realidades espirituales, que son las más profundas de todas, aunque es necesario todavía largo plazo de tiempo para llegar al final deseado.”
La última oración de la cita hace referencia al auténtico desarrollo, que luego sería meditado por el Papa Pablo VI y que presentamos en este artículo y en este otro.
Para el cristiano, porque para nosotros son en primer lugar estas palabras, el luchar con energía contra las esclavitudes modernas no es una opción. Al contrario, es coherencia con la dimensión social que tiene el mandamiento del amor al prójimo. Una “lucha” que también debe ser interior para no caer en la tentación de la violencia revolucionaria que destruye (la mayoría de las veces) a los pobres a los cuales se dice defender o promover. Sobre esto hemos meditados muchas veces en este blog (pueden poner violencia en el buscador y encontrarán todos estos artículos).