Por eso el exceso de ruido nos aísla unos de otros. Es lo que nos sugiere Xavier Subiri en su libro “Naturaleza, historia, Dios”. Allí se refiere a la filosofía, es decir, al uso de la inteligencia para comprender la realidad cotidiana en sus raíces profundas. Esta es la cita:
“En genial visión, decía oscuramente Aristóteles que la filosofía surge de la melancolía, pero de la melancolía por una exuberancia de salud (katá physin), no de la melancolía enfermiza del bilioso (katá nóson). Nace la filosofía de la melancolía, esto es, en el momento en que, en un modo radicalmente distinto del cartesiano, se siente solo el hombre en el universo. Mientras esa soledad significa, para Descartes, replegarse en sí mismo, y consiste, para Hegel, en no poder salir de sí, es la melancolía aristotélica justamente lo contrario: quién se ha sentido radicalmente solo, es quién tiene la capacidad de estar radicalmente acompañado. Al sentirme solo, me aparece la totalidad de cuanto hay, en tanto me falta. En la verdadera soledad están los otros más presentes que nunca.
La soledad de la existencia humana no significa romper amarras con el resto del universo y convertirse en un eremita intelectual o metafísico: la soledad de la existencia humana consiste en un sentirse solo, y por ello, enfrentarse y encontrarse con el resto del universo entero.” (Pág 240)
Para meditar mucho en este tiempo de cuaresma tan “ruidoso” que nos toca vivir. Esos espacios de silencio y soledad, propios de la vida de oración, son indispensables para que nos encontremos de verdad con los otros y con el Totalmente Otro. Sólo así nuestra vida será colmada.
La foto que ilustra pertenece a las manos entrelazadas de un joven matrimonio (varios lectores seguro que adivinarán). La elegí porque en el amor esponsal se fortifica en el encuentro pleno de dos que se saben limitados y, por eso, necesitados de la plenitud que el otro le aporta.
Gracias padre Fabián, por esta catequesis¡¡¡