En este tiempo de conversión que es la Cuaresma, hoy la Lectura de la Palabra en la Misa es muy sugerente. Está en el marco de un Evangelio del domingo que llamaba a la conversión desde los frutos. La conversión siempre significa un cambio de mirada, un ver las cosas desde Dios.
Se relata la historia de Naamán, un general del ejercito sirio (la potencia imperial del momento). El ser humano puede tener mucho poder, pero cuando las limitaciones de su carne lo acechan... la ciencia puede hacer algo pero, inexorablemente, nos encontramos con la verdad de lo pequeño que somos. A este victorioso general se le pegó la lepra (entonces incurable). Por una esclava se entera que en Israel hay un profeta que podría curarlo con sus poderes.
Se presenta al rey de Israel con el pedido de que procure su salud. El rey se enoja (con razón) porque ve en esto una treta de sus enemigos para atacarlo por no haber curado al general. Al enterarse Eliseo (el hombre de Dios) del hecho le manda a decir al rey que le envíe este, su problema, que, de esa manera, el extranjero se dará cuenta que hay un profeta en Israel. Cuando llega el general a su casa, no sale sino que le envía un criado que le de un mensaje: "si querés curarte, andá al río Jordán y bañate en él siete veces".
¡La calentura que se agarró el general! El judío no lo recibió, sino que le mandó un mensajero diciéndole que se bañe en el río... Comienza su queja así: "Yo me había imaginado que..." (2Rey 5,11). Sus servidores lo calman y lo aconsejan hacer el gesto. Y el milago acontece.
Me hizo pensar mucho esta frase de Naamán: "Yo me había imaginado que...". Como define nuestra relación con Dios y nuestro proceso personal de conversión. Cuantas veces nos imaginamos que Dios debe ser o hacer tal cosa... que vaya de acuerdo a nuestros deseos. Hay pensadores que dijeron que Dios es una idea inventada por el hombre proyectando en Él nuestros fracasos y limitaciones. Es decir, creamos a Dios a nuestra medida para no sentirnos solos y desamparados. Y esto puede ser verdad. De hecho, es la verdad de este hombre pagano: "Yo me había imaginado que...".
Sin embargo, el creyente es, en primer lugar, alguien que ha sido "descolocado" por Dios. A la corta o a la larga, el Dios Verdadero entra en colisión con el "dios imaginado". Y de ese choque surge el ateísmo o la fe más purificada. Porque el Señor nos pide que cambiemos para estar nosotros a la altura de Él y no Él a la altura de nuestra imaginación. En este orden de cosas, es la enseñanza que nos dejó ayer Benedicto XVI:
"En Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a cambiar su propia existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algo en nuestra forma de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos dirige este llamamiento no con una severidad que es un fin en sí misma, sino porque se preocupa de nuestro bien, de nuestra felicidad, de nuestra salvación. Por nuestra parte, debemos responderle con un sincero esfuerzo interior, pidiéndole que nos haga entender en qué puntos en particular tenemos que convertirnos"
Pasar de "mi dios imaginado" al Dios Real es un lento camino de conversión, que tiene sus curvas y contracurvas. Quién dijo "yo soy el Camino... nadie va al Padre sino es por mí" (Jn14,6) nos dá las pistas para no andar a tientas.
Sabes Padre creo que este encierro me da por comentar en todos tus escritos.
Vos decis Dios nos "descoloca" yo lo digo de otra forma pero es lo mismo nos "desinstala".... eso exactamente es lo que ha hecho con nosotros, estaba todo ordenadito , pero El quiso y le saco una pata al estante, pero sólo hizo que se desinstalen las cosas, porque su misericordia no dejo que nada caiga, sino por el contrario para mantener el equilibrio hubo y hay que fortalecerse. No es facil aceptar Su voluntad, pero te hace feliz. Bendito Dios que nos une y nos reúne para hacernos mas fuertes en su camino.