¿Cuál es el límite? Es la pregunta que nos surge espontáneamente. Porque estamos inmersos en una cultura relativista que nos corre cada vez más lejos los límites: amplios.. amplios… muy amplios. Y cuando surgen problemas a causa de la invasión de los límites ajenos, entonces vienen las reacciones. Y muchas reacciones nos sorprenden porque, en nombre de la tolerancia, no las esperábamos. O suponíamos que nunca deberían darse en una sociedad “civilizada” que aguanta la normal intrusión del otro en los límites de los otros.

Estas palabras nos vienen a la mente cuando contemplamos, azorados, la reacción de algunos musulmanes frente a las caricaturas que ser hicieron sobre Mahoma. Mal acostumbrados los argentinos a las frecuentes satirizaciones que se hacen sobre las cosas y las personas relacionadas con lo católico, nos parece una exageración lo que está ocurriendo. Pero esto no es tan así y nos da pie para meditar sobre la cuestión de los límites en la invasión de aquello que consideramos sagrado para la conciencia de los demás. Y aquí hay dos invasiones.

La primera, la caricaturización del profeta Mahoma. Nunca se hicieron íconos de esta persona porque se considera que hacerlos es una ofensa a Alá, como le dicen ellos, o a Dios, como le decimos nosotros. Hacer caricaturas como las que se hicieron es semejante a hacerle una esvástica en la casa de un judío o romperle una imagen de la Virgen María a un católico. Y eso es lo que se ha hecho. El problema no está en la materialidad de unos dibujitos sino que radica en la sensibilidad herida de muchos millones de seres humanos. Así de simple y así de terrible. Lo que para mí tal vez no significa nada, para el otro es profanar el ámbito de lo sagrado. Por esto la libertad tiene límites. Y si bien yo tengo el derecho de expresarme, el otro también tiene el derecho de no ser ultrajado con mi expresión. Y, por eso, yo tengo el deber de no ultrajar sus creencias con mis expresiones.

La segunda invasión ha sido la de los signos y personas que representan a otros países. Que he hemos sido ofendidos por una persona o un medio de comunicación no nos justifica a usar la violencia contra quienes, en cierta manera, personifican a otra nación en nuestra tierra. La reacción violenta contra el que es inocente, el cual es considerado culpable por sólo ser de la misma procedencia del que me ha agredido, es también una falta grave a los derechos humanos. Máxime cuando, como se puede entrever por el tamiz de lo que nos presentan los medios informativos, estas reacciones violentas son alentadas por el poder en busca de réditos políticos.

Cuando ridiculizamos lo sagrado herimos sensibilidades que pueden despertar reacciones pasionales muy fuertes. Cuando usamos la violencia como un instrumento de protesta, se desatan fuerzas y se crean profundas heridas que tardan mucho en cicatrizar. Gracias a Dios estas cosas no ocurren en la Argentina. ¿O acaso usted piensa lo contrario?

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