Más de uno, en este hemisferio sur, dirá que este cura está loco. La primavera comenzó el 21 de septiembre y parece que el padrecito a eso no lo registró.
Y si, tienen razón. El calendario nos dijo que llegó la estación del renacer de los verdes y las flores perfumadas. Pero en mi tierra, como en gran parte de la Argentina, estábamos padeciendo una sequía de unos largos siete meses. Los campos estaban entre el pardo de la tierra roturada y sembrada, pero no germinada, y el amarillento que ganaba muchos sembradíos, especialmente los del trigo.
Ayer cayó una lluvia, pequeña pero serena. Hoy el verde va ganando espacio entre las plantar y los árboles. La vida estaba allí, escondida y pujando por salir. Faltaba la bendición del agua del cielo para que estallara todo su esplendor.
Camino al Monasterio, hay un campo sembrado de trigo. Es una ladera de lomada que está sembrado de trigo. En la parte alta, el sembrado estaba verde. Pero en la hondonada el marroncito de la seca ganaba cada vez más espacio. Hoy por la mañana, cuando iba a celebrarles la Misa a las monjas, me sorprendí gratamente al ver que ya estaba todo verde.
En la Misa leímos este trozo del evangelio de Lucas:
“Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.” (9,51-56)
Recordando el campo de trigo lo relacioné con la actitud de los discípulos y la de Jesús.
Al ver el campo amarillento, más de uno hubiera dicho que ya estaba todo perdido. Nada se podía hacer sino destruir el sembrado con el pastaje de las vacas… He aquí la actitud de Santiago y Juan. Y la actitud de tantos de nosotros que queremos que se destruya al otro cuando somos incomprendidos o rechazados.
Sin embargo con la lluvia el trigal reverdeció. Con seguridad que el rinde será más pequeño, pero se podrá cosechar algo. Jesús se dio vuelta y los reprendió. ¿Les habrá dicho que, en su momento, la bendición del agua del cielo hará estallar todo el esplendor de ese pueblo que hoy los rechazaba? No se, pero seguro que en Jesús la paciencia de Dios se manifestó.