Con el Área Liturgia y Animación de la fiesta de San Cayetano nos reunimos hace un tiempo. La idea de ese día era buscar una frase que sintetizara toda la buena noticia que queremos anunciar a los miles y miles de peregrinos que se acercan este siete de agosto. Para que no sea una consigna “volada” de la realidad, es que usamos el viejo método del discernimiento de la pastoral: ver la realidad, juzgarla desde la Revelación y desde allí proponer acciones concretas.
Entre los presentes comenzamos a mirar la realidad eclesial que nos rodea. Y, tal vez, fuimos un poco pesimistas. Empezamos a ver que hay Misas a las que concurren pocas personas; la imagen de los sacerdotes bastardeada por los Medios de Comunicación; una familia normalmente cristiana y bien constituida es cada vez un dato anormal en la sociedad; la participación en la vida política se reduce cada vez más a un voto bianual con mucho desconcierto y desgano… O era el día frío que nos ennegreció las neuronas o esa (entre otras muchas cosas) era la realidad que sentíamos como parte de nuestro entorno.
Pero como cristianos no podemos dejar de tener esperanza. Por esto recurrimos a la palabra de nuestros pastores. El documento emanado por los obispos latinoamericanos en Aparecida estaba recién sacadito del horno. Y el análisis que hacía y la respuesta que esbozaban en sus primeras páginas nos hicieron entrar en calor, en ese calor interno que da la presencia del Espíritu Santo en el corazón. Veamos los que nos dicen:
“La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas o de quienes pretender cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.
No resiste a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. A todos nos toca “recomenzar desde Cristo”, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. (11-12)
La clave esta en una pequeña frase. Pero cargada de sentido y contenido: “recomenzar desde Cristo”. Entonces miramos la imagen de San Cayetano y parecía que nos decía lo mismo. En sus brazos lleva al Niño Jesús y se lo ofrece a cada peregrino que se acerca. Es el tesoro verdadero que San Cayetano nos quiere regalar en este tiempo.
Y si seguimos observando las “caricias” que el Señor nos hace en este día, nos encontramos con el Evangelio. Un relato que tiene como centro a Pedro en su relación con Jesús. Es un relato simpático pero profundo. Los discípulos partieron a la otra orilla del mar de Galilea. Jesús no iba con ellos. Se desata un fuerte viento que no los deja avanzar con tranquilidad: tienen que apostar a todas las mañas de veteranos pescadores para no hundirse. De pronto, alguien viene caminando sobre el mar. Si, así de sencillo: era Jesús que venía sobre las aguas (para eso es Dios). Ocurre lo lógico: todos se asustan y gritan pensando que es un fantasma. Todos menos uno: Pedro. Le funciona su primer neurona, la de la aventura, y pega otro grito distinto al de sus amigos: “¡Señor! ¿Sos vos? Si sos vos yo quiero ir a dónde estás”. La respuesta de Jesús no se hace esperar: “¡Veníte!”. Y Pedro comienza a caminar sobre las aguas. Estando en estos trances, otra neurona le funciona a Pedro. Era la neurona de la lógica humana. En su interior le dijo algo así “Pedro… Pedrito… estas caminando sobre el agua… y el agua es líquida… y no tiene gajos para prenderse…”. Resultado: Pedro se hunde. Pero en ese momento se le prende la tercer neurona: la de la fe. Entonces le sale un grito: “¡Señor, salváme!” Y Jesús tomándolo de la mano lo sube a la barca y le dice: “¿Porqué dudaste?” Veámoslo desde otro punto de vista. Cuando todo el mundo le decía que las cosas estaban perdidas y no tenían sentido, Pedro se dejó llevar y se hundió en la tempestad de su vida. Pero cuando, desde la fe quiso recomenzar desde Cristo, el Señor le tendió una mano para que se salvara… Toda una parábola de nuestra vida, de nuestras caídas, ausencias y temores. Pero todo un canto a lo profundo que estamos llamados a ser y a vivir. Y el punto de apoyo para reconstruir nuestras comunidades de fe, nuestras familias, nuestra sociedad. Por eso, junto a San Cayetano, a Pedro y a nuestros Obispos, queremos tener la misma esperanza: “recomenzar desde Cristo”.
1. Anónimo - Agosto 5, 2007
BARBARO PADRE
2. Lily - Agosto 5, 2007
Padre les deseo una muy Feliz Fiesta Patronal, que el encuentro de tantos hermanos sea para todos, especialmente para nuestra sociedad un Recomenzar desde Cristo. Bendiciones para todos los que concurran este día.
padre, quiero que sepa, que desde ahora voy a tratar de recomenzar desde cristo
GRACIAS