En estos momentos en que públicamente se debate sobre la vida de un niño por nacer, nosotros una vez más, como Iglesia, queremos reafirmar, que solo Dios es Señor de la vida y de la muerte. Nadie puede decidir arbitrariamente quién debe nacer y quién debe morir. Pretender esto constituye el acto de discriminación más grande que pueda existir.

La vida de toda persona, independientemente de las circunstancias en que haya venido al mundo, está marcada por la dignidad que, en último término, viene de Dios mismo. Por eso afirmamos que toda vida humana es un bien para el mismo para la familia en la cual surge y para toda la sociedad. Por eso cuando hay un embarazo, la cuestión deja de ser algo "privado" y afecta a la sociedad misma. Los hijos no son cosas, propiedad exclusiva de quienes los engendraron. Constituyen un don para la sociedad toda.

Todo ser humano, independientemente si es esperado o no, por su misma dignidad – que porta desde el primer momento de su existencia - merece y debe ser amado. Si no llega a serlo por sus padres biológicos, mantiene el derecho de vivir espera y necesita que otras personas lo amen como a su propio hijo. Nunca se le debe anular el cuidado y el respeto por vivir ni se le puede negar el cariño paternal y maternal.

Además, el aborto nunca es solución para afirmar o recuperar la dignidad de la mujer. En el caso que nos ha conmocionado, tal como aparece en la opinión pública, el hecho aberrante que ha lesionado la dignidad de la mujer es la violación. Con firmeza y con fuerza lo condenamos con fuerza. Más aún, como sociedad es necesario que busquemos caminos para erradicar estas conductas que se dan más a menudo de lo que creemos. He aquí nuestro gran compromiso.

El aborto es siempre un crimen contra una persona inocente. Y, como decía la beata Madre Teresa, constituye una amenaza tanto o más peligrosa que la guerra, ya que se vuelve contra víctimas inocentes que no pueden alzar su voz para defenderse.

Una sociedad que mata a sus hijos por nacer es una sociedad que pone en jaque su propio futuro, ya que la mayor riqueza de una nación son sus propios habitantes.

Las razones con que se pretende justificar el aborto no alcanzan para anular el hecho fundamental que está en juego: la vida de Alguien, de una Persona por nacer, con toda su dignidad, su riqueza y el respeto que se le debe.

Como Delegación para la Pastoral de la Familia, llamamos a que se deje vivir a este ser inocente y ofrecemos nuestra ayuda para acompañar a la familia durante el embarazo, el nacimiento y niñez de esta persona que ya vive entre nosotros. Como Iglesia queremos acompañar a quienes se encuentren en situaciones tan dolorosas como éstas.

Pastoral de la Familia de la Arquidiócesis de Paraná.

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