Hace casi cinco años se sembraba el terror en el mundo. Dos aviones de pasajeros derrumban las torres gemelas. Otro avión destruye el sector del pentágono dedicado a la inteligencia militar. Finalmente, un cuarto era derribado por la aviación norteamericana antes de que llegara a destino.
El país más poderoso del mundo, de pronto, sintió fragilidad frente a la violencia generada en su propia casa. Con unos pequeños cuchillos de plástico un grupito de terroristas destruyeron tres de sus signos más preciados. Por un lado las torres gemelas, signos del poderío económico del gran país del norte. Por otra parte el pentágono, signo del poderío militar de la mayor estructura de guerra del orbe. Y por último, obligan a las propias fuerzas armadas a destruir el avión en el cual viajaban los ciudadanos que, con sus impuestos, mantienen la supremacía bélica.
Luego… la locura se desata en el mundo. Afganistán es diezmado por las bombas llenas del odio impotente de quienes vieron esfumarse sus signos más visibles. Y luego… el “policía del mundo” seguía con sus intervenciones directas o indirectas.
Lo más triste de todo es que se invocó el nombre de Dios para justificar la violencia de uno u otro bando. El presidente norteamericano, cual pastor de su pueblo, se embanderó detrás de una misión supuestamente divina: arrancar desde sus raíces el “poderío del mal” que azota la tierra. De la otra parte, los terroristas en el nombre de Alá se inmolan sesgando muchas vidas inocentes.
Muchos musulmanes aclararon, con mayor o menor fuerza, que el Islam está en contra del terror y la violencia.
Nosotros, desde nuestra fe en Cristo, debemos recordar las palabras de Jesús. Y que lejos están de servir de fundamento para el terror imperial. Traigamos una sola de sus enseñanzas, entre las muchas que podríamos citar:
“Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente.» Pero yo les digo: No resistan al malvado. Antes bien, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te hace un pleito por la camisa, entrégale también el manto. Si alguien te obliga a llevarle la carga, llévasela el doble más lejos. Da al que te pida, y al que espera de ti algo prestado, no le vuelvas la espalda.
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.» Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene? También los publicanos lo hacen. Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de especial? También los paganos se comportan así. Por su parte, sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo. (Mt 5, 38-48)
Claro… esta perfección que nos presenta Jesús es muy difícil convertirla en política de estado. Pero también es muchísimo más difícil bombardear con odio a un país diciendo que Dios y su pastor lo quieren así.
Este 11 de septiembre se cumplen cinco años de la destrucción de las torres gemelas y el pentágono. ¿Cuánto tiempo nos llevará comprender que la violencia sólo engendra violencia? Porque fue un pueblo violentado en sus derechos el que conducía los aviones y fue otro pueblo violentado en sus signos el que tiraba bombas. Como cristianos tenemos una sola certeza: el amor es más fuerte que la muerte y desde allí, solo desde allí, la violencia se supera.