Cuanta violencia que se respira en el aire cotidiano. Cuantas agresiones que existen en nuestra sociedad, ya sea a causa de robos o por el solo uso gratuito de la violencia que algunos ejercen. Frente a esto recordamos palabras de Jesús que nos dejan atónitos. En el sermón del Monte el Maestro nos enseña: “Yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él” (Mt 5, 39-41). Y quedamos perplejos y nos preguntamos: ¿cómo es que los cristianos debemos quedarnos de brazos cruzados cuando la violencia es ejercida en detrimento de otros o de nosotros mismos? En realidad, si nos hacemos esta pregunta es porque no alcanzamos a entender de manera correcta la enseñanza de Jesús. Aquí él está hablando de la venganza hacia el otro. Y eso no es humano ya que brota del odio.
Muchas veces corremos el riesgo de caer en lecturas fundamentalistas de la Sagrada Escritura. ¿Qué quiere decir esto? Que leemos una frase y la interpretamos sacada de todo el contexto de lo que es la Biblia. Jesús nos enseña a no vivir con deseos de venganza, ya que es contrario al mandamiento del amor que él nos ha enseñado, y que él mismo ha practicado hasta el punto de morir en la cruz por sus enemigos. Es precisamente el mandamiento del amor el que nos da contexto y nos ayuda a profundizar en verdad nuestra actitud frente a la violencia. Jesús ha puesto como centro de su enseñanza, y el segundo de los mandamientos en orden de importancia, aquello de “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y, como nos enseña el catecismo, “el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad”, es decir, del buen obrar del ser humano.
En otras palabras, el cristiano no debe vengarse del otro, sino que con ayuda de la gracia debe aprender a perdonar. Pero esto no significa ser pasivos frente a las agresiones que se reciben o que otros reciben. Hay un derecho a la legítima defensa por ese mismo motivo que plantea Jesús. El amor a sí mismo hace que sea legítimo respetar el propio derecho a la vida cuando otro la amenaza de manera real. Y “la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad”, nos continúa enseñando el catecismo.
Como no debemos confundir la venganza con la legítima defensa, tampoco debemos especular que es venganza denunciar a alguien por un delito que ha cometido. El bien común es tutelado por la sociedad que se organiza y establece leyes que rigen la convivencia, un organismo policial que vela para que se cumplan y un poder judicial que castiga a los delincuentes. Los argentinos tenemos el grave pecado social de disfrazar el “no te metas” como si fuera una actitud de amor y paz. Esto puede pertenecer a cualquier cultura, pero no es algo cristiano. Jesús nos enseña que el “ama a tu prójimo como a ti mismo” va contra la venganza, pero permite la legítima defensa y nos impele a bregar continuamente para que la justicia sea la que rija nuestra patria. Quedarse de brazos cruzados frente a la violencia ejercida contra mi persona, mi propia familia o cualquier otro inocente, es tan poco cristiano como usar la violencia para la venganza.