Me hicieron llegar las palabras de Francisco en su viaje por Latinoamérica. Para desgracia mía, entre una convivencia con la ACA el jueves y la sesión del sínodo del 11 de julio, no pude seguirlo casi nada en su periplo. Las comencé a leer y eso me llevó a una búsqueda en internet. Y... encontré este precioso texto que les comparto. Habla de nosotros, los curas, de nuestra relación con los obispos y con los demás sacerdotes. Si se animan a dejar un comentario al final, bienvenido es.
La diocesanidad
“¿Dónde está el centro de la espiritualidad del sacerdote diocesano? Diría que en la «diocesanidad». Es tener la capacidad de abrirse a la diocesanidad. (…) La espiritualidad del sacerdote diocesano es abrirse a la diocesanidad. (…) ¿qué significa? Significa tener una relación con el obispo y una relación con los demás sacerdotes.
La relación con el Obispo
La relación con el obispo es importante, necesaria. Un sacerdote diocesano no puede estar separado del obispo. «Pero es que el obispo no me quiere, el obispo esto, el obispo lo otro…». Quizá el obispo sea un hombre con mal carácter, pero es tu obispo. Y debes encontrar también en esa actitud no positiva un camino para mantener la relación con él. De todos modos, esta es una excepción. Soy sacerdote diocesano porque tengo una relación con el obispo, una relación necesaria. Es muy significativo que en el rito de ordenación se haga voto de obediencia al obispo. «Yo prometo obediencia a ti y a tus sucesores». Diocesanidad significa una relación con el obispo, que se debe realizar y hacer crecer continuamente. En la mayoría de los casos no es un problema catastrófico, sino una realidad normal.
La relación con los otros curas
En segundo lugar, la diocesanidad comporta una relación con los demás sacerdotes, con todo el presbiterio. No hay espiritualidad del sacerdote diocesano sin estas dos relaciones: con el obispo y con el presbiterio. Y son necesarias.
«Yo me llevo bien con el obispo, pero a las reuniones del clero no voy porque se dicen estupideces». Con esa actitud te falta algo: no tienes la verdadera espiritualidad del sacerdote diocesano. Esto es todo: es sencillo, pero al mismo tiempo no es fácil. No es fácil, porque ir de acuerdo con el obispo no siempre es fácil, porque uno piensa de una manera y el otro piensa de otra, pero se puede discutir… ¡y que se discuta! ¿Y se puede hacer en voz alta? ¡Que se haga! Cuántas veces un hijo discute con su papá, pero al final son siempre padre e hijo. Sin embargo, cuando en estas dos relaciones, con el obispo y con el presbiterio, entra la diplomacia, no está el Espíritu del Señor, porque falta el espíritu de libertad. Hay que tener la valentía de decir «yo no pienso así, pienso de otra manera», y también la humildad de aceptar una corrección. Es muy importante.
El signo de las habladurías
¿Y cuál es el enemigo más grande de estas dos relaciones? Las habladurías. Muchas veces pienso (porque también yo tengo esta tentación de murmurar, la tenemos dentro; el diablo sabe que esta semilla le da frutos, y siembra bien), pienso si no es consecuencia de una vida célibe vivida con esterilidad y no con fecundidad. Un hombre solo termina amargado, no es fecundo y murmura de los demás. Este es un aire que no hace bien, es precisamente lo que impide la relación evangélica, espiritual y fecunda con el obispo y con el presbiterio. Las habladurías son el enemigo más fuerte de la diocesanidad, es decir, de la espiritualidad.
Pero tú eres un hombre, por lo tanto, si tienes algo contra el obispo, ve y díselo. Luego tendrá consecuencias, llevarás la cruz, pero ¡sé hombre! Si eres un hombre maduro y ves algo en tu hermano sacerdote que no te agrada o que crees que está equivocado, ve y díselo en la cara, o si ves que no acepta ser corregido, ve a decírselo al obispo o al amigo más íntimo de ese sacerdote, para que pueda ayudarle a corregirse. Pero no se lo digas a los demás: porque es ensuciarse unos a otros. Y el diablo es feliz con ese «banquete», porque así ataca precisamente el centro de la espiritualidad del clero diocesano.
Para mí, las habladurías hacen mucho daño. Y no son una novedad posconciliar… San Pablo ya debió afrontarlas. ¿Recordáis la frase: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo…»? Las habladurías son una realidad ya presente en el inicio de la Iglesia, porque el demonio no quiere que la Iglesia sea una madre fecunda, unida, gozosa.
El signo de la alegría
¿Cuál es, en cambio, el signo de que estas dos relaciones, entre el sacerdote y el obispo y entre el sacerdote y los demás sacerdotes están bien? Es la alegría. Así como la amargura es el signo de que no hay una verdadera espiritualidad diocesana, porque falta una hermosa relación con el obispo o con el presbiterio, la alegría es el signo de que las cosas funcionan bien. Uno puede discutir, puede enfadarse, pero la alegría está por encima de todo, y es importante que permanezca siempre en estas dos relaciones que son esenciales para la espiritualidad del sacerdote diocesano.
El signo de la amargura
Quiero volver a otro signo, el signo de la amargura. Una vez me decía un sacerdote, en Roma: «Veo que muchas veces somos una Iglesia de enfadados, siempre enfadados unos con otros; tenemos siempre algo por lo cual enfadarnos». Esto lleva a la tristeza y a la amargura: no hay alegría. Cuando encontramos en una diócesis a un sacerdote que vive tan enfadado y con esa tensión, pensamos: este hombre, a la mañana, en el desayuno toma vinagre; después, en el almuerzo, verduras en vinagre; y, por último, a la noche, un buen jugo de limón. Así su vida no va bien, porque es la imagen de una Iglesia de enfadados. Al contrario, la alegría es el signo de que funciona bien. Uno puede enfadarse: incluso es sano enfadarse alguna vez. Pero el estado de enfado no es del Señor y lleva a la tristeza y a la desunión.”
Palabras para un examen de conciencia sobre mi vida como sacerdote. Le agradezco al Señor que me las haya puesto por delante en estos momentos diocesanos de discernimiento sinodal en los cuales queremos ir, como Iglesia Local, a los fundamentos de nuestra vida. (Pueden leer el texto completo desde este link)
Realmente una joya. Tambien válido para las relaciones entre movimientos. Y agregaría la esperanza como un signo. Que el Espíritu Santo nos ayude a seguir creciendo en fidelidad, alegría y esperanza.
Es importante que desde el Seminario, tomemos conciencia y nos enseñen que el sacerdote es "colaborador" del Obispo, no el "dueño" de la Parróquia, pero para ello, los Obispos al asumir, deberían, por escrito, presentar su ideario pastoral. Hoy en muchas misas las celebraciones no se a que Iglesia pertenecen. El peligro son los curas mediáticos, creen más en sus habilidades que la gracia de Dios. Perdón. Gracias. Por favor. L.V.N.F.
Después lo leo entero , si es que acá falta algo.
Me parece perfecto, ahora sólo falta bajar los orgullos etc etc y cumplir con esto.
Yo prometo rezar mas por todos los sacerdotes, porque ya lo hago.
Dios los bendiga a todos y los haga santos porque así los necesita Dios.