Un personaje que caló muy hondo en los argentinos es Mafalda. Quien lee y relee la historieta de su vida y sus ocurrencias encuentra material suficiente para reírse y reflexionar, una cosa junto a la otra. El genial personaje de Quino, junto a sus amiguitas y amiguitos, también dejaron documentadas las preocupaciones de una época, marcada por los nuestros desencuentros institucionales y la guerra fría en el plano internacional. Una de sus grandes preocupaciones era la guerra atómica, quizás por la cercanía de esos dos genocidios que fueron Hiroshima y Nagasaki. Lo cierto es que los tiempos de Mafalda estaban signados por el temor a que alguna de, las entonces dos superpotencias, iniciara lo que no tendría regreso: la destrucción del mundo y del hombre.
Han pasado muchos años de los tiempos en el cual Mafalda fue dibujada. Ya no hay dos superpotencias. Hay una sola y no está desvelada por el poder Ruso sino por el terrorismo internacional, hasta el punto de reivindicar para sí la función de policía del mundo. Y hay muchos países que se animan a prepotearlos. Algunos, como Venezuela, con muchas palabras en sus labios pero vendiéndole puntualmente el petróleo que el Norteamericano necesita para moverse y el venezolano para sostener su política interna.
En estos últimos meses ha surgido otra “amenaza para las democracias del mundo”, como se diría desde el lenguaje de la cultura dominante. Nosotros preferimos decir que es una amenaza para la paz y el medio ambiente. Nos referimos a las supuestas pruebas nucleares en Corea del Norte. Como no vivimos en los tiempos de Mafalda y estamos muy lejos del fin de la segunda guerra mundial, esto prácticamente nos pasa desapercibido. Sin embargo es algo muy grave. En sí mismo y en las reacciones que puede tener desde la gran potencia del Norte. Si alguien hace pruebas nucleares es porque tiene armas atómicas, es decir, puede construirlas y está dispuesto a usarlas. Y si las usa, quienes también tienen ese tipo de armamento puede contestar con la misma moneda… No queremos ser tremendistas, simplemente percibimos una realidad y se la queremos contar para que la meditemos juntos.
En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia se nos recuerda que “el Magisterio condena la crueldad de la guerra y pide que sea considerada con una perspectiva completamente nueva. En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. La guerra es un flagelo y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las naciones: no lo ha sido nunca y no lo será jamás, porque genera nuevos y más complejos conflictos. Cuando estalla, la guerra se convierte en una matanza inútil, aventura sin retorno, que amenaza el presente y pone en peligro el futuro de la humanidad: nada se pierde con la paz; todo se pierde con la guerra. Los daños causados por un conflicto armado no son solamente materiales, sino también morales. La guerra es, en definitiva, el fracaso de todo auténtico humanismo, siempre es una derrota de la humanidad: nunca más los unos contra los otros, ¡nunca más! … ¡nunca más la guerra, nunca más la guerra!” (N° 497)
Poco podemos hacer desde el sur del mundo. Poco pero efectivo. Simplemente recemos desde la confianza de que el Dios de la paz y de la vida puede más que las locuras de los hombres y sus ambiciones.