En estos días de crisis del sistema político argentino se ha escuchado hablar muchísimo del dialogo. De parte del gobierno se invita desde las tribunas a dialogar, pero se pide como condición que se levanten previamente las medidas de fuerza. Desde la dirigencia agraria se habla de dialogar, pero no se los invita o no se va a las reuniones convocadas.

Nuestros Obispos se preguntaban la semana pasada: “¿nuestras relaciones seguirán marcadas por la confrontación? ¿Una vez más nuestra vida social estará signada por la fragmentación y el enfrentamiento? ¿Seremos incapaces de fundamentar nuestros vínculos en un diálogo sincero y constructivo? ¿No hemos aprendido nada de nuestra historia?”

Dialogar no es una tarea sencilla, sobre todo cuando hay de trasfondo fuertes intereses creados.

Frente a la meditación de ¡qué es el dialogo? me vino a la memoria un documento de Pablo VI que se llama Ecclesiam Suam. Desde sus amarillas páginas me llega la voz de este Papa que invitó a la Iglesia a esta actividad con el mundo.

En el N° 31 el Pontífice dice que el dialogo debe ser claro y afable. Y enumera las características que tiene que tener. Se las transcribo:

“Sus caracteres son los siguientes:

1) La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta su exigencia inicial para estimular nuestra diligencia apostólica a que se revisen todas las formas de nuestro lenguaje, viendo si es comprensible, si es popular, si es selecto.

2) Otro carácter es, además, la afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón; el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.

3) La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus por una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoísta.

4) Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye: si es un niño, si es una persona ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil; y si se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible.

Con el diálogo así realizado se cumple la unión de la verdad con la caridad y de la inteligencia con el amor.”

Todo esto, ¿es pedir mucho a nuestros dirigentes?

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