En estos días la discusión del celibato sacerdotal ha cobrado auge. Esto es a causa de lo ocurrido con la vida de Mons. Macarone, ex-obispo de Santiago del Estero. Creo conveniente ocupar este pequeño espacio para aclarar, desde el Catecismo de la Iglesia Católica, los dos temas candentes: la homosexualidad y el celibato.

Partamos con el celibato. El Catecismo dice que “todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato “por el Reino de los cielos” (Mt 19,12). Llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus “cosas”, se entregan enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia; aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el Reino de Dios.” (N° 1579).

Allí se citan las palabras de Jesús, el cual enseña que “algunos no se casan porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!” (Mt 19,12). De las palabras de Jesús sacamos dos cosas. Primero, el celibato es una opción libre del hombre. Segundo, esto se elige como una ofrenda a Dios. Como dice el Catecismo: “el celibato consagrado, (es una) manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con el corazón indiviso” (N° 2349)

El celibato supone una sexualidad sana e integrada en una personalidad armoniosa. El célibe es alguien que deja a un lado la genitalidad sin renunciar a su sexualidad masculina. Absteniéndose de usar su capacidad reproductora natural, se entrega con amor a construir el Reino de Dios sembrando la Palabra de Dios entre los hombres y mujeres de su pueblo.

Por otra parte, “la homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.” (N° 2357)
El Catecismo recuerda que “se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.” (N° 2358). Pero también enseña que “las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.” (N° 2359)

Algunos pocos casos, como el de Mons. Macarone o el clero estadounidense (según Clarín sólo el 0,3% de ellos tuvieron problemas de “pedofilia”), hacen desvirtuar un tema que debería tener otra óptica. Como podemos ver, la homosexualidad no es a causa del celibato. De la misma manera, el celibato no cura la homosexualidad. El matrimonio tampoco. Quien tiene esta “depravación grave” necesita un tratamiento médico (la mayoría de las escuelas psicológicas de la actualidad señalan que es una “perversión” que se puede curar con la debida terapia).

Si queremos hablar sobre el valor del celibato en la sociedad actual, discutamos como creyentes qué papel juega el célibe en el plan de Dios. Sopesemos las cuestiones prácticas que le han dado valor en la historia. Y preguntémosle a quienes lo practican qué opinión tienen al respecto. Una vez, en Chile, hablaba con un grupo de amigos sobre la conveniencia o no del celibato en la Iglesia de hoy. Éramos ocho. Siete estaban en contra y uno a favor. Había siete laicos y yo: el único consagrado era el que estaba a favor del celibato…

Hay varios artículos relacionados con este tema, muchos sobre casos particulares de sacerdotes u obispos que han causado escándalo. Pero si de verdad te interesa el tema más allá del escándalo, te invito a leer estos tres:

1. Objeciones contra el celibato sacerdotal: la lista que hizo un Papa antes de escibir sobre el tema.

2. El celibato: una reflexión personal sobre un texto de San Pablo.

3. Los curas y el celibato: testimonios de lectores que recopilé.

En todos esos lugares mi opinión está también reflejada en los comentarios.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 Comments

  1. No te entiendo, no entiendo al celibato.Leyendo la historia de la iglesia...no sería más terrenal más humana ...menos hipócrita.
    Como la iglesia acepta a sus sacerdotes arrepentidos,(no permite que los divorciados se acerquen al sacramento de la eucarístia) pero si q ellos se divorcien y vuelvan a celebrar misas, eso si, alejados del pueblo donde estaban.
    Creo en Jesús en su mensaje, en ser coherentes