Es el gran tema cultural de la crisis cultural que padece el "occidente cristiano" en el cual estamos inmersos. El problema es sencillo: nadie quiere ser adulto, todos se consideran "todavía jóvenes".
Este estado de cosas tiene un comienzo histórico: la generación de los sesenta del siglo pasado.
Gustavo Iaies y Juan Ruibal han escrito un interesante arículo en La nación sobre este tema. Los invito a que lo lean completo haciendo click aquí. Pero me atrevo a compartirle dos párrafos. El primero es el ámbito cultural en el cual ellos fueron educados (supongo). Es el de los "abuelos":
"En nuestros barrios, cualquier vecino podía "retarte" si andabas con los cordones desatados, si decías malas palabras, si te veían peleándote con otro. Incluso, alguno de ellos podía tocar el timbre de nuestras casas para comentarles a nuestros padres nuestras transgresiones. Y parecía claro, aunque nos enojáramos, que lo hacían para cuidarnos.
Era una sociedad en la que los mayores daban el tono al futuro posible y, en muchas familias, cuando el padre hablaba su voz era excluyente, y los demás permanecían en silencio. Por lo general, tal como venía ocurriendo desde un pasado lejano, los padres médicos querían que sus hijos fueran médicos; los mecánicos, dejarles su taller. Los padres pensaban en agregar una "piecita" para las nuevas familias, todos querían construirles la mejor adultez posible, de acuerdo con su propia visión.
Nos decían que debíamos levantarnos temprano, estudiar, esforzarnos, cuidar nuestra presencia, respetar a los adultos, reprimir nuestras palabras en nombre del respeto, aceptar las reglas de convivencia, lo que estaba bien y lo que estaba mal."
Frente a esto, el quiebre que suponen los años '60. Y la consecuencia de que se pierden referentes adultos que ayudan a caminar a las nuevas generaciones:
"Los jóvenes se volvieron figuras de referencia en la sociedad, ya no como personas en tránsito a la adultez, sino como puntos de referencia: empezó a difundirse la idea de juventud eterna, valores como la rebeldía, la creatividad, la transgresión y la espontaneidad, que eran característicos de los jóvenes, empezaron a ser demandados por los adultos.
Y esos adultos juveniles se volvieron padres y maestros, y les resultó complejo ser al mismo tiempo la ley y la transgresión de ésta. No terminaron de asumir que la adultez requería dejar el lugar de jóvenes. a los jóvenes. Pues aunque fuera necesario "aggiornar" la condición adulta propia de generaciones anteriores, esto requería asumirse como adultos ante los jóvenes (y no como jóvenes).
Y en ese incierto sentido dado a las actitudes adultas quedó envuelta la idea de educar. Con adultos que preferimos que los chicos elijan su propio camino, que decidan quiénes quieren ser, que no sean ahogados por controles y decisiones de sus padres, aparece el riesgo de que organizaciones como la familia o la escuela pierdan el sentido de transmitir algo. En definitiva, la idea del rol adulto concebido en la identificación con los jóvenes, en abierto conflicto con los adultos "de antes", hace muy difícil la búsqueda del sentido de educar.
Los padres de adolescentes sufren cuando ven a sus hijos beber en exceso, pero no encuentran el modo de decírselo y se sienten impotentes para prohibirles que lo hagan. Los ven ingresar en relaciones, experiencias, consumos que juzgan peligrosos, pero se quedan sin voz a la hora de poner algún límite a sus elecciones.
Y quizás esto pase porque creemos estar construyendo una nueva adultez que tiene que ver con que nuestra acción educadora no afecte la libertad de los chicos. Esperamos que elijan libremente su propio camino, que sientan respetados sus derechos, sus espacios, sus ideas, aun al costo de que, a menudo, esa libertad sea más bien una apariencia y, en realidad, se trate de la soledad y el abandono a los que son arrojados muchos jóvenes."
Los autores siguen hablando del inmenso desafío para la educación que este nuevo paradigma cultural significa.
Nosotros podemos constatar, desde lo concreto de nuestra vida, que es muy dificultoso ponerse como referente de vida (los que tenemos más de 40) frente a los jóvenes. Es que, parece, que queremos seguir cuestionando y permitiendo todo... porque creemos que el mundo se reinventa a cada instante. Y así vienen las frustraciones de personas y de familias. Pero el problema más grande es que... ELLOS NOS QUIEREN COMO REFERENTES Y NO COMO IGUALES.
Creo que los adultos debemos aninarnos a ser adultos. Y, sobre todo, implorar el don de la sabiduría para que nos guíe en tal empresa.
¿Opiniones?
Buenísimas las palabras!!! Tal cual!!! Es así lo que yo vengo viendo desde hace un tiempo... Pero me cuestionaba si sólo era una impresión mía ¿? No es por criticar a nadie, pero es verdad que veo a madres y padres comportarse como cuando yo tenía 16 años... Charlas que parecen impensadas en la boca de mi madre o mi padre lo noto en personas que tienen las mismas edades que ellos.
Es verdad escuchar esto (aunque con otras palabras): "Esperamos que elijan libremente su propio camino, que sientan respetados sus derechos, sus espacios, sus ideas, aun al costo de que, a menudo, esa libertad sea más bien una apariencia y, en realidad, se trate de la soledad y el abandono a los que son arrojados muchos jóvenes".
El sólo hecho de ver que se permita a los niños gritarles a sus padres y ni hablar de cuando se entrometen en las conversaciones de los adultos, es una pauta de que los tiempos realmente han ido cambiando! Para bien? Miremos a nuestro alrededor...
Gracias P: Fabian!!! agregando a todo lo que comentaste, que estoy totalmente de acuerdo, como mamá de 6 hijos entre ellos adultos desde 27 años hasta niños de 8 años, he notado que están viviendo un concepto de pareja muy despreocupados. Ya no cultivamos la vocación al matrimonio y ellos o viven en pareja o tienen sus hijos y siguen de novios con derecho, casi sin compromiso por la familia!!! si tenes algún tema sobre esto te pido me lo mandes!! Gracias Fabian!! Oremos por nuestros jóvenes desde la alegría de ser adultos!! Bendiciones!!
Pero la etapa también tiene sus aspectos negativos. A algunos adultos emergentes les abruman los desafíos de esta etapa y se dejan ir a la deriva, en espera de que algo suceda en vez de hacerlo suceder. A veces los padres se sorprenden y consternan al descubrir que sus responsabilidades emocionales y económicas para con sus hijos persisten muchos más años de lo que habían previsto.