Da gusto leer a Ratzinger/Benedicto. Porque es un desafío al asombro frente a lo cotidiano. No estoy haciendo comparaciones con el Papa actual. Al contrario, lo escucho con mucho gusto, ya que cada uno pone sus propios carismas (que no son suyos sino don del Altísimo) al servicio del Señor. Y cada uno nos enriquece, dando de lo suyo. Pero creo que Benedicto era el Papa para leer, detenerse en sus palabras, saborearlas y... dejarse sorprender. Su efecto no es tan inmediato como el de Francisco... pero cala igual o más de hondo.
Ayer por la tarde volví a su libro “Jesús de Nazaret” para ver lo que decía sobre las bienaventuranzas (estoy escribiendo un artículo para una revista). Y me encontré con la expresión con la que titulo: “la dictadura de lo acostumbrado”. Concretamente, la expresión está en el comentario que hace de la bienaventuranza “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados” (Mt 5,6). Estas son sus palabras:
“Esta palabra es profundamente afín a la que se refiere a los afligidos que serán consolados: de la misma manera que en aquella reciben una promesa los que no se doblegan a la dictadura de las opiniones y costumbres dominantes, sino que se resisten en el sufrimiento, también aquí se trata de personas que miran en torno a sí en busca de lo que es grande, de la verdadera justicia, del bien verdadero.
Para la tradición se encuentra resumida en una expresión que se halla en un estrato del Libro de Daniel. Allí se describe a Daniel como vir desideriorum, el hombre de deseos (9,3). La mirada se dirige a las personas que no se conforman con la realidad existente ni sofocan la inquietud del corazón, esa inquietud que remite al hombre a algo más grande y lo impulsa a emprender un camino interior, como los Magos de Oriente que buscan a Jesús, la estrella que les muestra el camino hacia la verdad, hacia el amor, hacia Dios.
Son personas con una sensibilidad interior que les permite oír y ver las señales sutiles que Dios envía al mundo y que así quebrantan la dictadura de lo acostumbrado.”
Es totalmente cierto lo que dice. Y lo digo de mi experiencia de vida personal. Unos se va acostumbrando a determinadas cosas… sigue la rutina… y todo se vuelve igual, gris, desapasionado, "descafeinado".
Pero el Evangelio es novedad, buena noticia. Siempre. El Evangelio supone sacarle la cera a los oídos para escuchar, ver, dejarse sorprender. Para eso es importante estar atentos.
Ayer en la Misa se nos recordaba la multiplicación de los panes. En ella Jesús partía de un "supuesto": la donación de cinco panes y dos pescados. Una pequeñez para darle de comer a cinco mil hombres… Pero Jesús desde esa pequeñez quiso hacer presente su poder.
Hoy también se hace presente en la pequeñez de lo cotidiano… pero estamos tan acostumbrados a la rutina que nos cuesta ver… me cuesta ver. ¿A vos no te pasa?
Hay total coherencia entre Benedicto y Francisco. Éste último lo llama acedia: dejarse llevar en una tristeza dulzona, que nos impide sorprendernos tanto ante las cosas maravillosas como ante las terribles. Todo termina por parecernos natural. "Es lo que hay". Y esta actitud nos induce a dejar las cosas como están, sin transmitirles la novedad, la buena noticia, imposibilitados de transformarlas con nuestra prédica y nuestro testimonio.
“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados” (Mt 5,6). Gracias Señor por tu promesa de saciarnos el hambre, de darnos lo que anhelamos, de enseñarnos lo que necesitamos, de permitirnos encontrar lo que nos tiene incompletos. Hay algo más que rituales y rutinas que acrecientan mi fe, hay un encuentro más al que me está llevando tu Espíritu Santo que me estás reservando en este camino que se me hace nueva búsqueda de tanto en tanto.