La imaginación de un niño es frondosa. Para ellos el límite entre "realidad real" y "realidad imaginada"… es un hilo muy pequeño. Por eso tienen una capacidad muy grande para el juego: con poquito pueden estar horas y horas, divertidos con un mundo imaginario.
Los “adultos” vamos perdiendo esa capacidad lúdica. Por el simple hecho que aprendemos que lo que es real es real y lo que es imaginario es imaginario. Y si no nos damos cuenta… la vida se encarga a los golpes de enseñarnos la diferencia. A eso se le dice experiencia… sabiduría que da la vida.
Vivir el imaginado mundo perfecto como algo real es de enfermos… o de avivados. Querer hacernos vivir en un mundo imaginario es de poetas… o de avivados.
Reflexiones que se me vienen a la cabeza luego de un miércoles de ceniza caracterizado por la tercera inauguración de Atucha II y los silenciosos paraguas frente al Cabildo. Lo real y lo imaginario… vaya uno a saber dónde está en verdad. Niños y adultos… lo real y lo imaginario… quién lo sepa que me lo cuente.
(Ah... la de la foto es mi sobrina más chiquita... ella sabía que no llovía... pero estaba posando para una sesión de fotos... eso era lo real y ella y yo lo sabíamos en ese momento...)
Recuerdo que yo pasaba horas jugando en el depósito de mi papa, cada herramienta o equipo yo lo transformaba. La carretilla se convertía en barco, autobús, o nave espacial. Un enorme plástico lo amarraba en las esquinas lo llenaba de agua y zas! era una piscina luego era una tienda. Lo vivía, lo disfrutaba hasta que cumplí los once años. Quería repetir esas vivencias pero no era igual, algo me pasaba no lo entendía y me ponía triste. Luego empece a experimentar nuevas sensaciones, miraba a los niños mas grande de otra manera. La naturaleza hizo lo suyo!