Uno escucha hablar muchísimo de la generación del setenta. Que una cosa positiva, que otra negativa… es el debate que se ha instalado los últimos veinte años. Quisiera hablar como quién no pertenece a esos tiempos, o por lo menos se siente muy lejano. Yo soy de los que serían parte de la “generación perdida” como a los setentistas les gustaba decir. O, como a mí me gusta: “la regeneración del ochenta”. “Regeneración” es un término para diferenciarse de la famosa generación que implantó un modelo de país a fines de los ochocientos. Pero también regeneración porque es un grupo humano que dio comienzo a cosas nuevas en la Argentina y sembró los cambios mundiales que la generación del noventa vivió.

Sin pretender hacer una reflexión sociológica (cosa que no puedo hacer ya que no soy ni experto ni idóneo) quisiera dejar asentado algunos hitos que nos marcaron y hace que tengamos una identidad generacional propia.

Para darle un comienzo en el tiempo planto el año 1978. En plena dictadura ganamos el mundial y salimos a festejar todos unidos bajo la celeste y blanca que nos cobijaba. Si bien hubo en los años 70 mucha violencia, ya sea por los que en el nombre del pueblo idealizado se levantaban en armas pasando a la clandestinidad, como por parte de las fuerzas armadas de la Nación que comenzaron reprimiendo amparados por la ley y terminaron aniquilando al margen de ella; ya para ese entonces las armas alzadas en luchas intestinas se habían silenciado. Y vino el festejo del mundial. Se podrá decir mucho de ese tema: que algún partido fue comprado o que fue hecho para demostrar al mundo que los argentinos éramos “derechos y humanos”. Pero más allá de todo, como pueblo gritamos con emoción los goles de Kempes y nos sentimos junto a la Selección alzando la copa y dando la vuelta olímpica. Se hacía realidad aquello de “veinticinco millones de argentinos jugaremos el mundial…”. Nos consideramos hermanados por la misma bandera.

Eclesialmente hablando, el año 1979 trajo para los católicos un evento muy importante: la Cuarta Conferencia Episcopal Latinoamericana que dio como fruto el Documento de Puebla. Allí los jóvenes nos empapamos en la verdad de Dios, del hombre y de la Iglesia. Y las directrices de los obispos se transformaron en consignas que guiaban nuestros pasos como cristianos y como ciudadanos. Una nueva generación de católicos que dejaba a un lado las ideologías y, para enunciar su fe, recurría a las expresiones que manaban del Evangelio. Y todo esto sin perder el horizonte de buscar la transformación del hombre y su cultura.

El nuevo decenio comenzó con un hecho muy triste: en 1982 nos metían en la guerra de las Malvinas. De la euforia inicial, alimentada con los chocolates, bufandas y cartas que les enviábamos a nuestros soldados, pasamos a la decepción producto de la desinformación de lo que acontecía y de la magnitud real de lo que significaba un conflicto armado. Esa desilusión se trasladó rápidamente a la pérdida de confianza en los militares para dirigir los destinos de la nación.

Todo esto, multipartidaria por medio, despertó la necesidad del retorno a la democracia. Y es así que en 1983, más allá del color político del gobernante, redescubrimos la importancia de nuestra participación en la dirección de los destinos políticos de las cosas comunes. Nos hicieron soñar con una democracia que la cual se vivía, comía y estudiaba. Pero las impericias de nuestros gobernantes, de uno u otro signo, fueron sembrando la desilusión. Descubrimos que la democracia, planteada ya desde ese tiempo, más que gobierno al servicio del pueblo era un espacio para conseguir poder propio y así llevar adelante las ideas personales o del sector al cual se representaba. Basta recordar que se convocó a un Congreso Pedagógico Nacional, buscando una participación diluida que se adaptara a la ideología de los convocantes. Cuando la intervención popular puso en juego sus principios cristianos y lo manifestó de manera explícita en las conclusiones, estas fueron archivadas por los genios rectores de la sociedad (hasta que en la década siguiente le sacaron el polvo y lo transformaron en la Ley Federal de Educación, tan denostada por los seguidores de aquellos que convocaron y luego olvidaron dicho Congreso).

Pero la desilusión no se transformó en apatía. Como hito final de esta época está la venida del Papa Juan Pablo II a la Argentina (y a Paraná en particular). Este hombre de Dios, que acompañó el crecer de nuestros años jóvenes hasta que estos se transformaron en adultez, nos volvió a recordar la presencia de Jesús en nuestras vidas y, por eso, nos rescató del desaliento.
Cierra esta época el año 1989, con la caída del muro de Berlín y con ella la disolución de las ideologías que, como norte, guiaban a la humanidad. Este suceso demostró la vacuidad del comunismo para lograr la igualdad entre los hombres. Y la década del ’90 demostró la impotencia del capitalismo para generar justicia e inclusión social. Pero este ya es otro capítulo que aquí no vamos a tratar. En la Argentina, en ese mismo año ’89 se provocaba la hiperinflación desde las palabras de un futuro ministro de economía y se nos recordaba que la democracia era sólo votar, porque el resto era cuestión de los dirigentes y sus intuiciones no ingenuas de la realidad, que podían cambiar luego de terminado el acto eleccionario.

La “regeneración del ‘80” tiene estos mojones en su caminar juvenil. De la ilusión generada por la victoria futbolera o malvinesca, a la desilusión provocada por la derrota de las armas o las promesas no cumplidas en la democracia. Se nos enseñó, duramente, a vivir al día y a desconfiar de las intenciones y promesas de los demás. Pero no olvidamos nuestras raíces cristianas y ciudadanas. Las transformamos en conductas solidarias hacia otro sufriente, un rostro concreto al cual ninguna ideología puede contener. Basta mirar a nuestro alrededor y descubrir cuantos adultos jóvenes prefieren las obras en silencio y entregan parte de sus vidas en organizaciones no gubernamentales de distinto tipo.

En un tiempo en el cual se nos dice que el ideal de vida del ciudadano debe inspirarse en el setentismo, la “regeneración del ‘80” dice, con sus obras silenciosas, que hay otro camino. No es confrontando que se construye un destino común. Es desde el consenso que genera el dialogo, es desde el compromiso por cambiar las cosas en mi entorno, es desde allí donde las cosas pueden ser distintas. Es desde allí que se puede transformar lo que el pueblo pidiera quejándose en una calurosa noche del 2001: “que se vayan todos”. No que se vayan las personas, sino las actitudes sectarias, las componendas que genera el poder para poder mantenerse… Por favor, que no se vaya nadie, porque necesitamos a todos los argentinos para hacer grande a la Argentina. Simplemente, seamos distintos para hacer una patria más justa y fraterna: “regeneremos” desde las bases a nuestra sociedad.

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3 Comments

  1. Su visión de las generaciones del setenta y ochenta son muy claras y explicativas.
    Gracias por ese pantallazo de nuestra histororia.
    Es necesario recordar cada tanto para hacer una evalución personal y social sobre donde estamos parados y hacia donde nos dirigimos.

  2. ¡Qué bien escrito está! Más allá del contenido, del cual (por supuesto) no puedo estar del todo de acuerdo, está muy bien expresadas las ideas.

  3. Realmente me encantó tu reflexión. Clara y oportuna. Insto a que lo sigas haciendo. Bendiciones para ti...Un Cura con olor a oveja!!