Hace una semana estábamos muy preocupados. Y no era para menos. El Papa visitaría un país musulmán en medio de polémicas diplomáticas y mediáticas. Temíamos por su integridad y por eso hicimos lo que todo cristiano hace: ponerlo en las manos del Dios Providente a través de la oración. En nuestros templos y en muchas casas se levantaron oraciones al Señor de la historia pidiéndo por Benedicto XVI y por su viaje a la tierra que evangelizara San Pablo. Hoy cuando leemos los titulares de los diarios y nos enteramos de la sensación que dejara el Papa entre los turcos, nos parece que, en su momento, las cosas se exageraron y no era para tanto el alboroto. Esto nos puede ocurrir porque tal vez desestimamos el poder de la oración y el Poder del Dios que escucha e interviene en las cosas de los hombres.

La oración estuvo presente en el viaje del Papa de muchas maneras. Y de maneras que no hubiéramos imaginado ni esperado.

En el discurso que pronunció en al ser recibido por el presidente para los Asuntos Religiosos de Turquía, el profesor Ali Bardakoglu y de la cual participaron representantes de la comunidad musulmana, entre los que se encontraban el gran muftí de Ankara y el gran muftí de Estambul, así como cardenales y obispos que forman parte del séquito papal, citó unas palabras dirigidas por el Papa Gregorio VII, en el año 1076, a un príncipe musulmán de África del Norte, que había demostrado una gran benevolencia a los cristianos sometidos a su jurisdicción. El Papa Gregorio VII habló del amor especial con que deben tratarse mutuamente los cristianos y musulmanes, pues «creemos y confesamos un solo Dios, aunque de manera diferente, cada día le alabamos y veneramos como Creador de los siglos y gobernador de este mundo». Terminó el Papa Benedicto XVI su discurso “alabando al Dios Omnipotente y Misericordioso por esta afortunada oportunidad que nos permite encontrarnos juntos en su nombre. Rezo para que sea un signo de nuestro compromiso común a favor del diálogo entre cristianos y musulmanes, así como un aliento para perseverar en este camino, en el respeto y en la amistad. Deseo que podamos llegar a conocernos mejor, reforzando los vínculos de afecto entre nosotros, con el deseo común de vivir juntos en armonía, en paz y en mutua confianza. Como creyentes, sacamos de la oración la fuerza necesaria para superar toda huella de prejuicio y para ofrecer un testimonio común de nuestra firme fe en Dios.”
Esta invocación, que formaba parte de su discurso, fue seguida por un gesto que desconcertó a todos por lo inesperado. Al visitar la Mezquita Azul, la más grande y simbólica del país, el Papa se descalza y se pone unas pantuflas blancas. Acompañado por el gran muftí y por el imán de la mezquita, le señalan un lugar especial dentro del templo, que mira hacia la Meca. El Papa se detiene y tiene un minuto de oración, de pié y con las manos entrelazadas. Es el gesto que desconcertó a los presentes y les ganó el corazón a todos los musulmanes. Pero no fue un gesto. Fue un “momento de meditación personal, de relación con Dios, que se puede llamar también de oración personal, íntima”, una oración al Dios al cual se había referido en el discurso que antes citábamos.
Si sumamos a esto las oraciones que tuvo con los católicos y la oración ecuménica con los ortodoxos… ¿puede sorprendernos el cambio de una visita que se esperaba desastrosa a la invitación del intendente de Estambul para que regrese nuevamente a Turquía?

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2 Comments

  1. Maria Luisa Riera Moya dice:

    Es muy interesante el escrito referente a la visita del Papa al País Musulman. Tenemos que pensar, que todas las Religiones, rezan a un Dios Único, pero con difretes aptitudes. El rezo por la unión de todas las Iglesias, deberíamos concienciarnos y pedir al Señor, que nos conceda la gracia de ser compresivos y ayudarnos para ser " Un solo rebaño"