¿Vale la pena el esfuerzo? Es una de las grandes preguntas que nos asaltan de vez en cuando. Sobre todo cuando los años van avanzando. Y no es una pregunta menor, porque de su respuesta depende la vida de la sociedad humana.

La Gaudium et Spes afronta este interrogante y le da una respuesta que nace de la fe. Parte de ubicarnos en el plan de Dios para la humanidad.

“Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo.” (GS 34)

La enseñanza eclesial nos advierte que esto no es solo para la actividad de los grandes personajes y los grandes emprendimientos:

“Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.” (GS 34)

Y nos ayuda también a comprender que ni debemos aislarnos del mundo ni, tampoco, separar ciencia y fe como algo irreconciliable:

“Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio. Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva. De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo si los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo.” (GS 34)

El valor de lo que hacemos

“Es mío porque me lo gané con mi trabajo”… suelo escuchar de vez en cuando. Y es cierto… hasta por ahí nomás. Es que la actividad humana, y el producto del propio esfuerzo, está orientada a la realización personal y comunitaria de la propia existencia:

“La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues éste con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo.

Por tanto, está es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación.” (GS 35)

Este contenido desarrollaremos esta noche en nuestro programa de radio Concilium.

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